jueves, 3 de enero de 2019

Contundentes fracasos y algún éxito inesperado del 2018


Aunque mejor que el anterior, el año que acabamos de despedir no ha sido un gran año. Es más, en general 2018 ha sido un año bastante mediocre, en lo que a los libros que han pasado por mis manos se refiere (aunque no exclusivamente), que sólo a partir del verano ha traído consigo alguna sorpresa (no sólo en lo literario y no todas agradables. Pero bueno, ya nos hemos retratado tod@s. Así que, aunque sea momentáneamente, vamos a tratar de poner el foco en lo positivo, ya que aunque ha sido menor en cantidad, no puedo negar que este año me ha tocado El Gordo). El caso es que la apatía que me ha invadido durante largos meses y el escaso tiempo disponible se aliaron para desatender el blog más de la cuenta, así que, mientras el resto de los mortales hace sus listas de buenos propósitos para los próximos meses (que acabarán abandonando en las próximas horas), yo me dispongo a hacer balance de las novelas que se disputan el farolillo rojo en mi particular clasificación lectora y a coronar a la que ha sido mi mejor lectura de los últimos 365 días.

En mi declaración de principios de lo que pretendía ser La Salita (allá por 2014) ya dejé por escrito que esto no era, ni pretendía ser, un blog de reseñas literarias, fundamentalmente porque yo soy la primera a la que le aburren mortalmente las sesudas y versadas críticas de los Carlos Boyero de turno (Señor Boyero: si por alguna extraña confluencia planetaria algún día llega usted hasta aquí, no se lo tome como algo personal). Así que, antes de desvelar los títulos con los que más he disfrutado y aquellos que más me han aburrido a lo largo de este año que acaba de terminar, me gustaría recordar por enésima vez que siempre he defendido que lo que cada libro provoca y sugiere va intrínsecamente ligado al momento personal y las vivencias de cada lector, y que, por tanto, las opiniones y reflexiones que aquí escribo son completamente personales e intransferibles y no aspiran a adoctrinar ni convencer a nadie de nada, salvo de que leais, coño.

Dicho esto, voy ya con el balance de mis lecturas del 2018 y lo empiezo por aquellas que menos me han gustado, hasta el punto de que he sufrido para acabar alguna de ellas, y que tienen todas un común denominador (que nadie tire una piedra hasta que toque el pito): son todas novelas escritas por autores de prestigio, en el sentido canónico de la expresión, que gozan del respeto de la crítica y el respaldo del público. Comenzamos (commence):

Corazón tan blanco (Anagrama.1992)
Pocos individuos me provocan más pereza que el articulista Javier Marías (Madrid, 1951), otro espécimen de la raza "soplapollas insoportabilis" a la que también pertenece el mencionado Carlos Boyero (¿ves como no era nada personal?). Sin embargo, incomprensiblemente para mí, de un tiempo a esta parte (sobre todo desde la publicación de 'Los Enamoramientos', y posteriormente de 'Así empieza lo malo' y por último con la llegada de 'Berta Isla') sus novelas me generan una poderosa curiosidad, como si quisiera convencerme de que el Marías escritor poco tiene que ver con el columnista insufrible que se dedica a alumbrar al vulgo con la luz de su cegadora sabiduría.

Así las cosas, y ante la publicación de una edición conmemorativa por el 25 aniversario del lanzamiento de la que en su momento fue el fenómeno editorial más importante hasta la fecha (con más de 2 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo), me decidí a adentrarme en las páginas de Corazón tan blanco. Y en qué puto momento...

La novela arranca con un suicidio lejano ya en el tiempo (y cuando digo "arranca" me refiero a que eso se nos cuenta en la primera página. No es ningún spoiler) sobre cuya mano ejecutora y las motivaciones que la llevaron a apretar el gatillo parece que va a girar la historia. Pero nada más lejos de la realidad. 

Lo cogí con ganas. Lo juro. Sin prejuicios ni expectativas. Y leí las primeras páginas con avidez. Pero con pocos comienzos más poderosos que éste me he topado que se hayan desinflado más estrepitosamente a partir de la página ¿50? ¿40?

Aunque he entendido (creo) lo que el autor pretende, se me ha hecho tedioso y repetitivo hasta el infinito. Sólo salvo la historia del padre del protagonista con la que nunca pudo haber sido su tía. Así que, lo que hasta ahora era "creciente interés" por la obra literaria de Marías, se ha convertido de un plumazo en "antes prefiero la muerte" que volver a leer algo suyo. Al menos por una temporada. Larga.

Que nadie duerma (Alfaguara. 2018)
Tampoco había tenido ocasión de estrenarme con las historias de Juan José Millás (Valencia, 1946), solo que, al contrario que en el caso precedente, este periodista y escritor no me producía (ni produce, ahora que puedo hablar con conocimiento de causa) aversión. Es solo que sus libros y yo no nos habíamos encontrado en el espacio-tiempo. 

El lanzamiento de su última novela Que nadie duerma me animó a darme la oportunidad de sentarme mano a mano con este autor. Pero quizá debería haber hecho los deberes antes y averiguar a qué se referían cuando hablaban del "regreso del mejor Millás"....

La obra es una novelita corta (poco más de 200 páginas) que se lee fácilmente y que me hecho sonreir varias veces mientras nos cuenta la historia de Lucía, una joven informática que tras quedarse sin trabajo decide probar suerte en el gremio del Taxi (el de toda la vida. No Uber ni Cabify ni moderneces de ésas) y somos testigos de las relaciones que entabla con sus clientes entre carrera y carrera.

Como planteamiento, ninguna pega. Como forma de escribir, bien también. ¡Pero ay amigo! Que yo no sabía que este escritor es conocido por haber creado su propio genero literario en el que cualquier suceso cotidiano es susceptible de desencadenar sucesos fantásticos, como efectivamente así sucede en esta novela. Y por todos es sabido que yo la fantasía en los libros la llevo regular (JKRowlings aparte). Así que, querido Millás, ahora sé que ni tú eras para tanto ni yo era para ti (pero te agradezco enormemente que me hayas dado la excusa perfecta para escuchar 'Nessun Dorma' varias veces al día a todo volumen).

La ciudad de los prodigios (Seix Barral. 1986)
Mira que me jode incluir a Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) en este ranking, porque él me cae especialmente simpático, pero a diferencia de los anteriores, éste no es el primer libro suyo que pasa por mis manos y desafortunadamente debo decir que sus novelas humorísticas no me hacen gracia y sus novelas serias me aburren soberanamente.

Este último caso (el de sus novelas serias que me aburren soberanamente) es el que nos ocupa en La ciudad de los prodigios, una densa historia en la que a través de la vida del pícaro Onofre Bouvila asistimos a la transformación, social y urbana, de la ciudad de Barcelona entre las exposiciones universales que acogió la Ciudad Condal en 1988 y 1925.

De verdad que no me quiero ensañar porque, paradójicamente, disfruto mucho leyendo u oyendo las entrevistas de Mendoza en los medios de comunicación, donde no se corta de decir lo que le place pero evitando siempre la polémica con su sabiduría sencilla, elegante e inapelable, pero en verdad en verdad os digo que, a partir del segundo tercio de la historia, empecé a leer las páginas en diagonal con el único objetivo de quitarme de en medio cuanto antes esta novela, considerada la obra cumbre del escritor catalán y que a mí me ha parecido un tostón importante.


Y para terminar con buen sabor de boca, he dejado lo mejor para el final: Vamos con mi libro favorito de este 2018. Lo bueno que tienen las sorpresas es que no te las esperas ("claro mami, si no no serían sorpresas", diría mi pequeño maestro), pero ¿quién me iba a decir a mí que lo mejor que he leído este año no vendría firmado por un escritor? 

Instrumental: Memorias de música, medicina y locura (Blackie Books. 2015)
Creo que lo más cerca que he estado nunca de poner música clásica en mi vida fue una vez que mi madre se dejó dentro de la mini-cadena de mi cuarto el disco 'Adagio Karajan' y yo no era capaz de entender por qué extraño sortilegio estaba sonando el Adagio de Albinoni en una habitación en la que por aquel entonces atronaba sin descanso el Rock Transgresivo de Extremoduro. Dicho de otro modo: Con casi 40 tacos, y a pesar de haber pasado tres tardes a la semana durante ¿7? ¿8 años? de mi infancia entre tutús y zapatillas de ballet, sigo cantando "quién ha puesto el compact disc de Mozart en la caja azul de las galletas" cuando escucho los primeros acordes del Allegro de la Pequeña Serenata Nocturna de Mozart. Queda claro pues que, alguien con semejante tara mental (y alguna otra que no viene al caso en este momento), no se acerca al primer libro de James Rhodes (Londres, 1975) por su interés en la música clásica ni porque lo haya escrito el que probablemente sea el mejor pianista del momento. Pero durante unos meses muy concretos del pasado año, en los que parecía haber tocado fondo por motivos que ahora tampoco vienen al caso, no paraba de recibir lo que a mí me parecían señales de que debía leerlo.

Tenía una idea muy vaga de quién era él y de por lo que había pasado, porque conscientemente había elegido no querer saber más. No me interesaba demasiado por no decir absolutamente nada. Pero entre el final de la primavera y el principio del verano pasado se me pusieron por delante el programa que le dedicó Jordi Evole en 'Salvados', una invitación a su concierto en las Noches del Botánico que finalmente decliné (ouch!) creyendo que eso no era para mí, y finalmente, en un extraño devenir de los acontecimientos, mientras esperaba recibir un ejemplar de 'Fariña' cuando el libro de Nacho Carretero estaba aún bajo secuestro judicial, acabaron poniéndome literalmente entre las manos Instrumental y decidí intentar comprender como alguien que ha sufrido brutales abusos sexuales en la infancia que llevaron aparejada la rotura de su columna vertebral y su internamiento en diversos centros psiquiátricos, es ahora una especie de consul vitalicio de Mr. Wonderful.

Me resulta imposible clasificar este libro. ¿Es una autobiografía? Indudablemente sí ya que lo que se nos cuenta en él no dejan de de ser sus recuerdos y vivencias narrados en primera persona. ¿Es un libro de los denominados de auto-ayuda? Así podríamos considerarlo, a pesar de lo denostado del término, puesto que en él explica como la música le salvo la vida y anima a quienes hayan vivido un suceso traumático a utilizar mecanismos similares para salir a flote. Pero Instrumental es mucho más que eso. 

No me avergüenza reconocer que en más de una ocasión tuve que cerrar el libro ante la imposibilidad de seguir leyendo los episodios en las que con total crudeza rememora cómo, tras ser violado por su profesor de gimnasia, ejerció la prostitución entre los 12 y los 18 años o las lesiones y laceraciones que se autoinfligía ya de adulto. Y que cuando me veía preparada para continuar su lectura, he acabado llorando sin contención posible en espacios públicos repletos de gente tales como vagones del metro, del AVE o en mitad de una comida para uno en un restaurante. Pero del mismo modo es justo decir el libro ha arrancado en mí numerosas carcajadas. No tímidas sonrisas. No. Sonoras y liberadoras carcajadas.

Varios meses después de su lectura sigo sin tener muy claro dónde reside el secreto del éxito de este libro descarnado que ha enganchado a millones de lectores en todo el mundo. Pero si tuviera que decir algo apostaría a que la clave reside en el propio Rhodes: cuenta las vivencias más duras de su pasado con la misma inocencia y distancia de los hechos que el alienígena que buscaba a Gurb en la Barcelona olímpica intentaba comprender el modo de vida terrestre. No se tiene ninguna compasión, pero tampoco ninguna vanidad, y sin reírse abiertamente de sí mismo, el auto-retrato que va pintando de sus filias, fobias y manías es tan poco generoso con su propia persona que resulta caricaturesco. Como muestra, un botón:

... Estoy cualificado para escribir esto porque he sobrevivido a ciertas experiencias que quizás otras personas no habrían superado. Y al haber salido vivo de ello (hasta ahora) y, según la editora que le vendió la idea de este proyecto a su jefe, haber logrado "llegar a ser alguien", se me ha brindado la oportunidad de escribir un libro. Lo cual hace que me parta de risa, porque, como veréis a lo largo de las próximas ochenta mil palabras, vivo inmerso en una locura inherente a mi mismo, tengo un concepto de la integridad bastante retorcido, pocas relaciones que valgan la pena, aún menos amigos y, lo digo sin la menor compasión de mi mismo, soy bastante gilipollas...

Qué queréis que os diga. A mí que alguien sea capaz de "decir" semejante sentencia de sí mismo me predispone a "escucharle" con mayor interés si cabe. Así pues, yo he caído absolutamente rendida ante James Rhodes, e Instrumental es, sin lugar a dudas, mi mejor lectura del 2018. Y aunque dicen que no debes contar aquellos deseos que quieres que se cumplan, so pena de que no lo hagan, no quiero terminar sin pedirle al 2019 la oportunidad que dejé pasar el año pasado de asistir a uno de sus conciertos y que sea un año de sorprendentes y apasionantes lecturas para todos

¡Feliz año!


martes, 27 de febrero de 2018

La cocinera de Himmler

Incluso si la Historia nos dice lo contrario, hay que creer en el futuro a pesar del pasado
y en Dios a pesar de sus ausencias.
Si no la vida no valdría la pena de ser vivida (...)

Estas últimas navidades tuve la ocasión de visitar la exposición sobre Auschwitz del Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid, un recorrido por el mayor símbolo del Holocausto judío que, si no habéis hecho ya, estáis tardando en realizar porque están agotando las entradas todos los días y sólo dura hasta el próximo mes de junio. Se ponen las tripas del revés, sí. Se eriza la piel y no se pueden contener las lágrimas. Pero se trata de una muestra más que recomendable para hacerse una mínima idea de hasta dónde llegó el horror creado por la política antisemita nazi en su macabro intento de solucionar la, llamada, “cuestión judía”. (Es gratuito para todos los grupos escolares de primaria, secundaria y bachillerato, así que no entenderé que ningún chaval en edad de entender haga este curso una excursión a la fábrica de Cuétara o al Corte Inglés ¿?).
El caso es que la exposición desemboca en la consabida tienda de recuerdos, conformada en esta ocasión por un totum revolutum de libros en el que, además de aquellos más directamente relacionados con el día a día del que fuera el mayor campo de exterminio de todo el continente europeo, también puedes encontrar las desventuras (reales o noveladas) de ciudadanos judíos en la Alemania nazi, libros didácticos sobre la cultura judía o novelas que simplemente tienen como telón de fondo la Segunda Guerra Mundial. De esta manera, allí puede se pueden comprar ‘Si esto es un hombre’ de Primo Levi y 'La bailarina de Auschwitz' de Edith Eger. También el 'Diario de Anna Frank, ‘El niño del pijama de rayas’ de John Boyne o ‘La ladrona de libros’ de Markus Zusak. Pero un mes después sigo dándole vueltas a qué coño pinta ‘El tiempo entre costuras’ de María Dueñas, por ejemplo, dentro de esa selección. En fin.

En medio de esa variopinta oferta llamó mi atención ‘La cocinera de Himmler’ (Alfaguara. 2014), “la hilarante epopeya de una cocinera centenaria que ha sobrevivido a las barbaries del siglo XX sin perder el humor, el deseo de sexo y el afán de venganza” según la información que consta en la contraportada de este Best Seller de Franz-Olivier Giesbert (Delaware. 1949). Pero ya os avanzo que la historia que mi imaginación construyó en mi cabeza a partir de esas breves líneas era bastante más atractiva que la que en realidad se esconde entre las páginas de esta novela que ni hilarante ni epopeya ni nada de nada.

El epicentro de la historia es Rose, una peculiar ancianita quien, tras recibir por carta la esquela de una, a priori, desconocida finada, decide escribir sus memorias en lo que también es un recorrido por parte de la historia del siglo XX. Así, conocemos las peripecias de Rose desde que, con tan solo 7 años, se queda sola en el mundo tras el asesinato de toda su familia, víctima del genocidio armenio a mano de los turcos, hasta su historia de amor con un dirigente de la China comunista, pasando por su extraña dependencia con el líder de las SS y responsable de la creación de los campos de exterminio, Heinrich Himmler.

Al margen de lo que el título de la novela pueda sugerir, la relación de la protagonista con Himmler es uno más de los numerosos capítulos de su vida, episodios en los que el autor no acaba de profundizar, algo que, unido a la falta de otros personajes secundarios que puedan ganar más peso en la trama cuando la historia de Rose pierde fuerza, hace que el argumento decaiga mucho antes de llegar a la mitad del libro.

Ni hay tanto sexo, ni tanto humor ni tanta venganza. Tres o cuatro encuentros carnales con personas diferentes (que para una señora que ha vivido más de cien años pues, sinceramente, me parece una auténtica miseria, pese a que se quiera hacer hincapié en que uno de ellos sea lésbico o que a sus cien años se siga fijando en jovencitos para dar a entender un cierto libertinaje del personaje), otros tantos asesinatos y un tono levemente sarcástico en algunos momentos que, desde luego, queda muy lejos del humor y, no te digo, de la hilaridad.

Pero es que tampoco hay tanta historia, ni en minúscula ni en mayúscula, porque una vez revelada la verdadera identidad de la finada a la que hace referencia la esquela recibida, no se explica quién se la hace llegar a Rose, por lo que la chispa que origina el caudal de recuerdos de la protagonista queda sin cerrar. Me molestan muchísimo los cabos sueltos en las historias, sobre todo cuando tienen fácil solución, como en este caso, que bastaba cambiar la recepción de la carta por la lectura de la esquela en el periódico si finalmente el remitente de la carta no iba a tener relevancia alguna.

Por no mencionar la insistente necesidad de meter con calzador a Jean-Paul Sartre y a Simone de Beauvoir en diferentes momentos de la trama, que me ha resultado bastante pedante, la verdad. Así que a pesar de su prometedor comienzo, y de una protagonista y de un siglo a los que se podía haber sacado muchísimo más partido, no me queda otra que suspender esta novela llena de altibajos que no me ha terminado de enganchar.

jueves, 8 de febrero de 2018

Qué vas a hacer con el resto de tu vida


A veces mi hogar me recordaba a un país en guerra. 
En las guerras también hay momentos felices.
La gente se casa, se enamora. Nacen niños.
Aunque siempre se mantiene un estado de alerta.
En casa vivíamos en un permanente estado de sitio.
Un luto extraño al que ninguno ponía nombre.
Cinco años. Después llegó la guerra.

Había leído por encima algunas reseñas sobre la primera novela de la que en Internet es la autora revelación del año pasado, Laura Ferrero (Barcelona, 1984), así que aún con la sospecha de que se trataba de una historia que me removería por dentro (ya sólo el título encierra una pregunta para a la que en este momento de mi vida no tengo respuesta) y de que quizá no estaba en el mejor momento para afrontar una propuesta semejante, decidí auto-regalármela las pasadas navidades.

'Qué vas a hacer con el resto de tu vida' (Alfaguara. 2017) es la historia de Laura, una editora treintañera que, tras romper con su pareja, decide dejarlo todo atrás y marcharse a Nueva York para intentar dar respuesta a su angustia vital inscribiéndose en un curso sobre el exilio impartido por un hombre que, de alguna manera, parece estar relacionado con la vida que deja atrás y que ella espera que le dé las claves para seguir adelante.

Durante el grueso de la novela la protagonista hace constante mención a "todo aquello", algo de lo que el lector solo intuye que ocurrió no hace mucho tiempo y que aún no ha sido capaz de superar. Además conocemos sus tormentosas relaciones familiares con un padre atormentado, una madre ausente y un hermano con una sensibilidad especial del que es más madre que hermana. De esa pesada mochila es de la que Laura intenta despojarse en la ciudad de los rascacielos, lugar que, como si de El Dorado se tratara, actúa durante la novela como una metáfora de la (infundada) esperanza que los seres humanos solemos poner en los elementos externos a nosotros que están por llegar (todos esos planes que esperan a que llegue la jubilación o a que nos toque el Gordo de Navidad): "perfecta en su lejanía, pero vacía de realidad". En su huida hacia adelante, la protagonista forzará las coordenadas espacio-temporales (aquí y ahora) para acabar descubriendo que no hacía falta poner un océano de por medio para descubrir la verdad.

A pesar de que ya en el arranque un nudo me encogió la garganta que me obligó a leer los cinco primeros capítulos con los ojos al borde del llanto, apenas unas pocas páginas después más esa sensación se desvaneció y confieso que su lectura me ha dejado bastante indiferente.

Aunque se trata de un libro corto (no llega a 300 páginas) que se lee fácil, y de que el estilo literario de la autora no me ha disgustado en absoluto, creo que ésta enrevesa en exceso la historia sin necesidad, haciendo que toda la fuerza del planteamiento quede finalmente en nada.

Sin embargo, se trata de una novela que ha cosechado bastantes buenas críticas en otros blogs literarios, así que quizá sea que, como decía al inicio de esta reseña, no estoy en el momento más idóneo para adentrarme en relatos intimistas de estas características. Así que, a pesar de compartir muchas de las reflexiones sobre la infancia y la familia que salpican la novela, debo suspender y suspendo una historia que podría ser una saga familiar alejada de los convencionalismos del género, pero en la que yo particularmente no he acabado de entrar. 

lunes, 29 de enero de 2018

Los pacientes del doctor García


El último domingo del 47 fui al encuentro de una mujer que conocía mi verdadera identidad.
Amparo sabía que yo no me llamaba Rafael Cuesta Sánchez, sino Guillermo García Medina. 
Y que era médico, aunque no tuviera título oficial y trabajara en una agencia de transportes.
Lo que ignoraba era que había ido a buscarla para ayudar a Manuel Arroyo Benítez, 
un amigo mío que había suplantado la identidad de Adrián Gallardo Ortega para infiltrarse
en una organización de prófugos nazis y emigrar a la Argentina como uno de ellos.
Mientras tanto, el verdadero Adrián Gallardo mendigaba en Berlín, y cuando le paraba una patrulla enseñaba la documentación de un hombre llamado Alfonso Navarro López.
Mi historia es la historia de tres impostores.

Pocos planes podían haberme apetecido más que el club de lectura con Almudena Grandes (Madrid, 1960) organizado por una librería de Alcorcón este pasado fin de semana. Un encuentro del que me enteré por pura casualidad mientras buscaba información que corroborara mis impresiones sobre su última novela y al que decidí sumarme a pesar de que los organizadores me avisaron de que el evento había superado todas sus previsiones y de que el aforo estaba más que completo. (Afortunadamente para mí, no sólo conseguí entrar, sino que pude plantearle algunas cuestiones relativas al proceso creativo de sus novelas, amén de irme de allí con su firma y una foto con ella ya que, como dice mi amiga Laura, no dejo de ser una grouppie. Literaria pero grouppie al fin y al cabo).

'Los pacientes del doctor García' (Tusquets. 2017) es la historia de una amistad, la de Guillermo y Manolo, "dos amigos que tienen la costumbre de salvarse la vida mutuamente durante toda su vida". Un médico y un diplomático republicano que se ven obligados a adoptar identidades falsas para infiltrarse en la red de evasión de criminales de guerra nazis que dirigía desde Madrid la mano derecha de Pilar Primo de Rivera y responsable de propaganda de la Sección Femenina de Falange, Clara Stauffer.

Con esta nueva entrega de sus Episodios de una guerra interminable, la novelista vuelve a sumergirnos en los veinticinco primeros años de la dictadura de Franco desde el punto de vista de los resistentes, de los españoles que dijeron que no al régimen impuesto a partir del 1 de abril del 39 y lucharon con cualquiera de las armas a su alcance (disidencia política, lucha armada, vía diplomática...) para dar respuesta a la desmemoria, "a la memoria no resuelta, a las preguntas que no podemos responder sobre las historias que nuestros abuelos ya no nos pueden contar".

Concretamente, con el último volumen de la serie, su autora pretende reivindicar el papel de la burguesía republicana, el de la clase progresista española que creó la Institución Libre de Enseñanza, que fundó las misiones pedagógicas y que redactó la Constitución del 31 gracias a la que nuestro país alcanzó un progreso que no ha vuelto a conocer, pero "que ha sido eliminada del relato para legitimar el argumento de los golpistas de que no se podía dejar el país en manos de esa gente".

Como ya hiciera con la invasión del Valle de Arán en 'Inés y la Alegría' (Tusquets. 2012), la escritora vuelve a valerse de un hecho histórico desconocido para sacarle los colores a la versión oficial del Franquismo, a ese relato edulcorado reescrito por los herederos del régimen durante la Transición. En este caso, la base real sobre la que se sustenta la novela es la existencia en Madrid de la mayor organización clandestina de evasión de criminales nazis que, gracias a los contactos de la ciudadana española de ascendencia alemana Clara Stauffer y a la connivencia del régimen, suministraba documentación falsa a los prófugos de la justicia internacional con la que pudieron empezar una nueva vida en España o huir a Argentina.

'Los pacientes del doctor García' pone en evidencia el ninguneo diplomático al que los aliados, capitaneados por Estados Unidos, sometieron a nuestro país y sobre todo al gobierno legítimo de Negrín, y resulta desgarradoramente conmovedor leer la amarga reflexión de uno de los personales principales cuando es consciente de que la causa republicana, a la que ha dedicado su vida, sacrificando su proyecto personal y jugándose literalmente el pellejo, ha sido despreciada definitivamente por la comunidad internacional y que la ansiada intervención aliada en España no llegará jamás a producirse, porque "a las democracias occidentales les gustó más Franco que los demócratas españoles, que fueron los grandes perdedores de la Guerra Fría".

Estamos sin duda ante la novela más ambiciosa de Almudena Grandes, no sólo por sus cerca de 800 páginas, porque el intervalo de años que abarca es el más amplio de las entregas publicadas hasta la fecha (desde 1936 hasta 1977) ni por la cantidad de escenarios en los que transcurre la trama (Madrid, el frente de Leningrado, un campo de concentración en Estonia, el Berlín nazi o la Argentina de Perón, son sólo algunos de ellos).

'Los pacientes del doctor García' es una novela de enorme complejidad que exige un esfuerzo constante por parte del lector para no perderse: El hecho de que gran parte de los personajes tengan dos y hasta tres identidades diferentes (en ocasiones compartidas con otros personajes) demanda un plus de concentración para poder seguir el hilo, haciendo de esta historia una propuesta no apta para el común de los lectores. Aunque la escritora afirma que ha tratado de tener muy presentes a los lectores a la hora de escribirla y proclama que sus lectores son muy listos, confieso que yo he tenido ciertas dificultades para identificar a algunos de los alemanes en momentos muy precisos de la acción. Este es el principal "pero" de la novela (aunque ya os digo que ha sido algo muy puntual).

El segundo es que la novela parece no coger vuelo hasta pasado el ecuador del libro, cuando las diferentes historias personales reflejadas hasta ese momento empiezan a encajar unas con otras y comienzas a entender a dónde te diriges. Pero la sucesión de historias a priori inconexas unas con otras que son las primeras cuatrocientas primeras páginas, por muy primorosamente narradas que estén (que lo están), puede hacer desistir a más de un lector.

El tercer (y último) "pero" es completamente personal. Y es que, a pesar de que, como en todos los 'Episodios' los protagonistas son gente corriente, "héroes por casualidad y sin vocación de serlo", por la propia naturaleza de una trama de espionaje y las implicaciones diplomáticas de la historia, es la novela en la que menos peso tiene la vida cotidiana de los ciudadanos de a pie de la España de posguerra, que, en mi caso concreto, es la parte que más me interesa.

Sin embargo, el hecho de que sea la novela más internacional de la serie y la que mayor periodo temporal abarca ha permitido a la novelista utilizar un recurso que a mí me ha encantado, estableciendo conexiones con los anteriores 'Episodios' y con sus protagonistas. Así Pepe el Portugués, Manolita o la propia Inés "hacen cameos" en diferentes momentos de la novela. Un simpático guiño de la autora con los seguidores de la saga, que recibimos estas apariciones estelares con la misma alegre emoción que sientes al encontrarte en el Metro a un paisano del pueblo de la Alcarria Conquense en el que pasas los veranos.

En definitiva, un notable para esta novela que, sin ser mi favorita de las publicadas hasta ahora, no defrauda a los admiradores de la literatura de Almudena Grandes y del titánico proyecto en el que se halla inmersa (del que ya sólo quedan por ver la luz dos títulos más), pero que no estoy muy segura de que sea el mejor acercamiento para los lectores que no hayan probado a leer nada suyo.

* Todos los entrecomillados del texto están extraídos del encuentro con Almudena Grandes que tuvo lugar el pasado viernes 26 de enero de 2018 en la librería Fábula de Alcorcón.

miércoles, 17 de enero de 2018

Niebla en Tánger


(...) Wilde afirma, y yo estoy de acuerdo, que el arte,
la escritura en este caso, no debe imitar a la vida,
sino la vida al arte la mayoría de las veces.
Wilde decía que en su época se escribía mal porque los escritores mentían muy poco. La mentira en el arte había caído en el oprobio.
Escritores como Zola se aferraban demasiado a la realidad,
hacían realismo sin imaginación y no realidad imaginativa.
Sin embargo, los personajes de Balzac poseían el vivo colorido de los sueños.
El arte, si es verdadero, toma la vida como materia bruta,
la recrea, la inventa, la imagina, la sueña, dice Wilde.
El artista ha de crear la vida, no copiarla (...)

Pocos escenarios hay más evocadores que el Tánger de la primera mitad del siglo XX. Desde María Dueñas ('El tiempo entre costuras'. Temas de hoy. 2009) hasta Arturo Pérez-Reverte ('Eva'. Alfaguara. 2017) son numerosos los escritores que se han dejado inspirar por la atmósfera exótica y cosmopolita de la ciudad durante el protectorado internacional.

La última autora en caer rendida a su influjo es Cristina López Barrio (Madrid, 1970), quien con su propuesta ubicada en la ciudad marroquí ha conseguido convertirse en finalista de la última edición de los Premios Planeta por detrás de la novela de Javier Sierra que finalmente se hizo con el suculento galardón (600.000 euros que lo convierten en uno de los mejor dotados del mundo, sólo por debajo del Nobel de Literatura).

'Niebla en Tánger' (Planeta.2017) narra las historias entrelazadas de dos mujeres en dos momentos históricos distintos con la ciudad de Tánger como punto de unión. La trama que discurre en el presente está protagonizada por Flora, una mujer desencantada con su vida quien, tras la desaparición del hombre con el que ha tenido una aventura, decide emprender su búsqueda guiada tan sólo por el libro que éste ha dejado abandonado en la habitación del hotel en la que han pasado la noche. Es aquí donde nos adentramos en la trama que tiene lugar en el Tánger de los años 40 y 50, refugio de artistas, diplomáticos, espías y contrabandistas, y cuya protagonista es Marina, una mujer muy diferente a la anodina Flora en la que confluyen todas las culturas que convivieron en la ciudad hasta la ocupación marroquí. Con la novela olvidada como punto de partida, Flora viajará hasta Tánger para seguir las pistas que le conduzcan hasta ese misterioso amante que, inexplicablemente, parece ser un personaje salido, literalmente, de las páginas de un libro escrito medio siglo atrás.

A pesar de no ser su primera novela, y de que algunas de sus obras anteriores han tenido una más que aceptable acogida entre el público, confieso que no conocía a López Barrio ni siquiera de oídas antes de convertirse en finalista del Planeta. En las diferentes entrevistas que he podido leer tras el fallo del jurado del certamen literario, la autora ubica 'Niebla en Tánger' dentro del realismo mágico y afirma que el germen de la novela fue la lectura del cuento 'Continuidad en los parques' de Julio Cortázar, a quien pretende rendir homenaje con este ejercicio de metaliteratura.

Sin llegar a alcanzar, en mi opinión, tan elevados fines, reconozco que a mí su propuesta me ha tenido enganchada y entretenida el grueso de la novela y que, aunque no soy capaz de englobarla dentro de ningún género, su manera de contar la historia me ha gustado. Sin embargo es el final lo que falla. Como si una vez armado todo el edificio que sostiene la idea original no hubiera sabido qué hacer con todo eso, obligándola a resolverlo con un desenlace simple y algo flojo que te saca de la novela con cierto sabor agridulce.

Y es que (va por ti Chacón) si bien es cierto que un giro final sorprendente quizá le hubiera restado credibilidad, también lo es que si la autora pretende sacarnos de la realidad y que nos adentremos en una propuesta que por momentos parece tender a la fábula, la leyenda y la fantasía, para dejarnos llevar por el juego de espejos que nos plantea, no puede utilizar la lógica más evidente y aplastante para ponerle punto y final, porque a mí como lectora me descoloca.

Veredicto: Aunque yo estaba dispuesta a darle un notable, finalmente se queda en un aprobado (alto) mi valoración de esta novela que se lee sola durante sus primeras doscientas páginas pero que me ha desencantado en sus últimas cien, y que gustará más a las mujeres que a aquellos hombres que se decidan a adentrarse en sus páginas.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Por encima de la lluvia


- (…) Yo creo que el pasado es un punto de fuga.
Un lugar a donde escapar cuando no quieres estar aquí.
Todo el mundo quiere estar en otra parte, ¿no te parece?
- (…) No todo el mundo necesita huir del presente.
- (…) Siempre estamos huyendo, desengáñate.
La diferencia, lo que nos convierte en viejos, es que nosotros huimos hacia atrás
 y los jóvenes huyen hacia delante.

2017 ha sido el año de mi descubrimiento de Víctor del Árbol (Barcelona, 1968). En realidad fue en algún momento del año pasado cuando llegué hasta él gracias a ‘La víspera de casi todo’ (Destino. 2016), un novelón soberbio que se hizo con el Premio Nadal en 2016 y tras cuya lectura me hice el firme propósito de seguir la pista muy de cerca a este autor, por lo que, a falta de nuevos títulos, durante este año me he leído la mayoría de sus novelas publicadas para caer definitivamente rendida ante su talento y su estilo narrativo.

Si algo caracteriza las historias de Víctor del Árbol es que son desgarradoras, arañando al lector al ponerle frente a lo peor de la condición humana: Venganzas, traiciones, asesinatos, prostitución, abusos, malos tratos… Sus novelas muestran el lado más sórdido de la vida a través de personajes atormentados por experiencias vitales que duelen pero que, tras asomarse al abismo, han decidido no rendirse y librar la batalla, por lo que hay que enfrentarse a ellas con cierto estómago porque su lectura no resulta amable y no se sale de ellas indemne.

Además del variado catálogo de anti-héroes que pueblan sus novelas, el otro punto fuerte de este escritor es su manera de narrar: todas sus historias están escritas como si de muñecas rusas se tratara, con argumentos que encierran absorbentes tramas unas dentro de otras, como si tuviéramos delante piezas de un puzzle que sólo encajarán al finalizar su lectura para ofrecernos una visión panorámica completa. Una manera compleja de presentarnos sus historias que denota un concienzudo trabajo previo por parte del autor para no dejar ningún cabo suelto ni dejar que el lector se pierda, aunque por momentos éste no tenga muy claro a dónde le conducirán todas esas fichas en apariencia independientes dispuestas sobre el tablero.

'Por encima de la lluvia' (Destino. 2017) narra la historia de dos ancianos que se conocen en la residencia en la que voluntariamente han decidido pasar la última etapa de sus vidas. A priori, ambos personajes no pueden ser más opuestos, pero comparten algo que hace que se complementen a la perfección: una pérdida traumática durante su infancia que ha marcado sus respectivas existencias y que ha hecho que cada uno enfrente su vida de manera radicalmente distinta al otro. Helena es una mujer que, tras recibir los más duros varapalos que una persona puede sufrir, se enfrenta a la vida con la osadía temeraria del que ya no tiene nada que perder. Por su parte, Miguel es un hombre en apariencia anodino que no se ha salido nunca del guión establecido y cuya máxima aspiración parece ser pasar desapercibido. Cuando se supone que ya no deben esperar nada más que la inexorable llegada de la muerte, ambos ancianos se embarcan en el último viaje de sus vidas para resolver sus respectivos asuntos pendientes con renovadas ansias de vivir.

Este último título es su novela menos negra, su propuesta menos oscura, su trama menos asfixiante, su historia más optimista, a pesar de que el autor sigue indagando en cuánto dolor es capaz de soportar el ser humano y como cada uno se enfrenta a él, en este caso desde la óptica de la vejez e introduciendo un elemento disruptor en la trama como es la pérdida de memoria de uno de los protagonistas, que me ha resultado tremendamente original ya que no recuerdo haber leído nada donde el alzheimer tenga un lugar principal en la historia.

Ya os digo que si Víctor del Árbol me atrapó con su anterior novela, y disfruté con la lectura de ‘La tristeza del samurai’ y ‘Un millón de gotas’ (sin que ninguna de las dos llegara a deleitarme como ‘La víspera de casi todo’) con su  último título ha terminado por convertirse en uno de mis escritores favoritos. 'Por encima de la lluvia' es sin duda su mejor obra. Un libro que alcanza el notable en mi calificación particular y que se cuela entre lo mejor que he leído este año. 

lunes, 27 de noviembre de 2017

Lo más reseñable de 2017


Un año de ausencia da para mucho. En este tiempo han pasado muchas cosas. Ha sido un año de despedidas voluntarias y de finales involuntarios, de marcharse y de dejar ir. Ha sido un año de afrontamiento, de asunción de realidades y consecuencias. De salir de la zona de confort para ir a parar al kilómetro cero de la onda expansiva. De armarse de valor y creer que, aún sin saber surfear, podría sumergirme en la ola sin salir demasiado mal parada. Como si detrás de una ola no fueran a venir más que te cogieran ya con las fuerzas mermadas.

En plena catarsis, y mientras cojo un poco de aire antes de seguir nadando o de que la siguiente ola me revuelque, aqui os dejo las mejores lecturas que han pasado por mis manos en este 2017 entre las que abundan las sagas familiares, algún thriller y una novela sobre la Guerra Civil española:

Todo esto te daré (Planeta. 2016)
A pesar de su éxito, a priori la trilogía del Baztan no me llama especialmente. Así que cuando este verano cayó en mis manos el último libro de Dolores Redondo (San Sebastián, 1969), lo único que sabía de la autora (y de su novela) era que se había hecho con la última edición del Premio Planeta y que una legión de seguidores la avalaba. En principio, una apuesta segura para las vacaciones.

Todo esto te daré narra la búsqueda de respuestas de Manuel, un escritor reconocido, cuyo marido acaba de fallecer en un accidente de tráfico a mil kilómetros de donde se suponía que debía estar. Y buscando respuestas que le ayuden a descubrir quién era la persona con la que compartía su vida y por qué se encontraba en una carretera comarcal gallega cuando debía estar en Barcelona, se encuentra con un misterio a cuya resolución dedicará todas sus energías con la ayuda de un guardia civil jubilado y un cura amigo de la familia del fallecido.

El punto de partida de esta historia me recordaba a ‘La isla de Alice’ de Daniel Sánchez Arévalo, curiosamente la novela ganadora del Premio Planeta el año pasado. Y aunque es verdad que la propuesta de Sánchez Arévalo me gustó más (podéis leer la reseña que le dediqué en su momento a través de este enlace), es innegable la capacidad de Dolores Redondo a la hora de construir historias que conquistan al público.

Aunque todo arranca con una muerte, y a pesar de que un halo de suspense sobrevuela sobre la historia, la novela está más cerca de ser una saga familiar (con una buena dosis de intriga eso sí, pero ¿qué familia no guarda secretos?) que un thriller. En este sentido, la narración no tiene un ritmo vertiginoso, más bien al contrario, se trata de una novela para saborear despacio, como una buena copa de vino, y sin que nos pueda el ansia por llegar al final, porque entonces se puede correr el riesgo de desesperar un poco.

A pesar de que a mí particularmente este ritmo pausado no me ha supuesto inconveniente alguno para disfrutar de la historia, sí reconozco que hacia la mitad de la novela la autora se pierde en un sinfín de páginas sobre viñas, bodegas y vino de la Ribeira Sacra, que se me hizo pesadísima y que, en mi opinión, no aportan nada a la trama. Pero una vez pasada esa parte, la novela vuelve a coger vuelo para llevarnos, sin prisa pero ya sin pausa, a conocer la verdad de una historia que me ha gustado más de lo que esperaba. Sin embargo, aunque se queda muy cerca, es la única de todas las lecturas de este post que no alcanza el notable.

Tierra sin hombres (Planeta. 2016)
Aunque todo el que me conoce sabe que ‘La voz dormida’ de Dulce Chacón es uno de mis libros de cabecera, no me había animado aún a leer nada de su hermana melliza. Por eso el descubrimiento de la última novela de Inma Chacón (Zafra, 1954), con su prosa delicada y le belleza de una historia en la que se mezclan los amores cruzados, las intrigas familiares y la novela costumbrista, supuso una deliciosa sorpresa para mí.

La trama  de Tierra sin hombres se circunscribe a la Galicia rural de principios del siglo XX, una tierra poblada de viudas sin muertos a los que enterrar ni tumbas en la que llorar, bien porque el mar se tragó a sus maridos o bien porque éstos marcharon a América a probar fortuna y nunca regresaron, que deben echarse a la espalda el peso de convertirse en el cabeza de familia en un tiempo en el que las mujeres, sobre todo si además no tenían estudios ni recursos, no tenían muchos más derechos que los animales que trabajan la tierra pero sí muchas más obligaciones.

Rosalía, es una de esas mujeres recias, una lechera que no dudará en pasar por encima de sus propias hijas para sacarlas adelante en esos años terribles de miseria y desesperanza y que, con sus acciones y omisiones, sembrará la tragedia en su familia.

Una historia preciosa con un regusto amargo protagonizada por tres mujeres valientes que, cada una a su manera, intentan coger las riendas de su vida para enfrentarse a lo que el destino tiene preparado para ellas. 

Una novela 100% recomendable, sobre todo para el público femenino, que me ha recordado un poco a algunos libros de Isabel Allende como ‘Retrato en sepia’ o ‘Hija de la fortuna’.

El libro de los Baltimore (Alfaguara. 2016)
Que Joël Dicker (Ginebra, 1985) decidiera recuperar a Marcus Goldman, el protagonista de 'La verdad sobre el caso Harry Quebert', para su siguiente novela, no significa que ésta sea continuación del anterior, ni siquiera su precuela. Y es que eso es todo lo que ambas novelas comparten: el protagonismo del joven escritor de best sellers Marcus Goldman y una cierta dosis de intriga que, que sin llegar a convertir la historia en un thriller, también está presente cada vez que se hace referencia al Drama que sacudió a su familia y que no nos será desvelado hasta el final de esta apasionante saga familiar.

El libro de los Baltimore narra la historia de los Goldman, pero de la rama familiar que vive en Baltimore (de ahí su nombre), y que a diferencia de los Goldman de Montclair parecen tener a la diosa fortuna siempre sonriéndoles: el idílico matrimonio formado por la atractiva tia Anita y su tio Saúl, un abogado de éxito vive en un lujoso apartamento, pasa sus vacaciones a todo tren en los Hamptons, tienen un hijo que es el cerebrito de la clase… Una existencia perfecta que tiene completamente deslumbrado al pequeño protagonista y que se ve trágica e inexplicablemente truncada cuando, al inicio de la novela, somos testigos de una llamada de su tío al ya joven Marcus informándole de que su primo está a punto de ir a la cárcel.  

La forma de escribir de Joël Dicker me tiene completamente cautivada. Porque reconozcámoslo: No poder dejar de leer una buena historia no tiene mucho mérito, narrativamente hablando. Claro que lo tiene, a ver si me explico: Cuando una historia es potente, su fuerza te arrastra aunque no esté bien contada. Pero Jöel Dicker consigue meterte de lleno en una historia que no es más que una sucesión de veranos en la vida de unos adolescentes con los que, ya os digo, no os vais a identificar y que sin embargo consiguen despertar sentimientos en el lector y querer conocerlo todo de ellos.

Un libro entretenidísimo que te hace retrotraerte hasta esos veranos de la adolescencia en la que las cuadrillas de amigos lo son todo, en los que cualquier experiencia se convierte en una aventura en toda regla, en los que pruebas las mieles del primer amor y en los que los desengaños, traiciones y decepciones se quedan marcados para siempre. Una propuesta que no tiene nada que ver con su anterior novela y que me ha gustado tanto o más que aquella (Os dejo aquí la reseña que le dediqué a 'La verdad sobre el caso Harry Quebert' para que comparéis).

Celia en la Revolución (Renacimiento. 2016)
Ya sabéis que para mí el tiempo se mide en la espera que transcurre entre que termino de leer lo último de Almudena Grandes y el momento en que la escritora saca nuevo libro. Y aunque en mi infancia disfruté enormemente leyendo la práctica totalidad de los aventuras protagonizadas por 'Celia', no esperaba que su creadora fuera una dignísima heredera (o precursora, mejor dicho) de los 'Episodios de una guerra interminable' de la (más) Grande(s).

En Celia en la revolución su protagonista se hace mayor para ofrecernos un testimonio inédito del drama de la vida cotidiana durante la Guerra Civil. Aquella niña bien del barrio de Salamanca que encandilaba a los lectores con su mezcla de inocencia y travesuras, se ve obligada ahora a hacer largas colas para conseguir alimentos, a huir de los bombardeos y a confiar en que los que la conocen no la delaten por ser hija de un republicano.

Elena Fortún (Madrid, 1886) acabó el manuscrito en 1943, por lo que la novela está escrita casi en tiempo real. La escritora no necesita documentarse sobre la guerra porque la vive en Madrid, Valencia o Albacete, las mismas ciudades por las que Celia va pasando en busca de sus hermanas, por lo que es más que probable que las páginas de 'Celia en la revolución' tengan más de realidad que de ficción.

“A la chita callando, Elena Fortún ha escrito la gran novela de la Guerra Civil” dice el escritor Andrés Trapiello en el prólogo de la obra. Y yo no puedo estar más de acuerdo con él. Porque aunque es verdad que se trata de un primer borrador, con su planteamiento, nudo y desenlace, pero un boceto que no ha sido pulido del todo, no es menos cierto que el valor de esta novela reside no tanto en su trama sino en lo que tiene de documento histórico reflejando la vida real en las ciudades durante la contienda como si de una crónica periodística se tratara. Para mí, una lectura imprescindible. 

Patria (Tusquets. 2016)
'Patria' ha sido sin duda el fenómeno literario de este año. No creo que quede nadie en este país que no haya leído la última novela de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959). Y, como suele ocurrirme cada vez que veo el vagón de metro repleto de gente con el mismo libro en su regazo, recelé. 

Durante muchos meses evité conscientemente la que yo pensaba que sería una novela que destilaría moralina por sus lomos, repleta de estereotipos planos en la que los buenos serían muy buenos y los malos muy malos, y cuyo único mérito era (a mi prejuicioso entender) la oportunidad (no confundir con oportunismo) del momento en el que había irrumpido en el mercado editorial: Cuando el terror de ETA ya no nos duele (y una vez leída, sigo teniendo mis dudas acerca de si la novela hubiera tenido la misma acogida hace diez años).

Pero cuando, literalmente, me pusieron el último Premio Nacional de Narrativa (uno solo de los muchos galardones que ha recibido la novela) en las manos, tardé poco más de una semana en devorar sus casi 700 páginas (y eso que los primeros capítulos me costó entrar en la historia).

Y es que (Ouch! Ahí va el primer gatito muerto de la temporada) Patria es una novela que sorprende por muchos motivos:

- Porque aunque arranca el día que ETA anuncia el cese de la actividad armada, no es una novela política, sino que narra la vida cotidiana de dos familias en un pequeño pueblo del País Vasco a lo largo de los casi 40 años de actividad terrorista. Y esa es, a mi entender, la clave de su éxito: La sencillez, que no simpleza, de su propuesta. Aramburu no utiliza su libro para dar lecciones políticas, clases de ética y moral, ni historia del pueblo vasco. Aramburu no juzga. No valora. No sugiere. El escritor se centra en las pequeñas cosas de las que está hecho el día a día de estas dos familias para mostrarnos una imagen sin aditivos ni calificativos (o en palabras de la periodista Ana Pastor: “estos son los datos. Suyas son las conclusiones”).

- Porque aunque se trata de una novela coral en la que aparecen una decena de personajes, con un cuidado equilibrio de los capítulos que se dedican a cada uno de los miembros de ambas familias, para dar voz a todos los actores de lo que se dio en llamar “el conflicto vasco”, el peso de la trama recae indiscutiblemente en las dos madres.

- Porque a pesar del drama que subyace bajo esta historia y que queda maravillosamente reflejado en el personaje del Txato (un pequeño empresario que, una vez señalado por la banda criminal, no sólo se ve obligado a revisar los bajos de su coche y a cambiar diariamente de rutinas para dificultarles su macabro encargo a los terroristas, sino que se ve apartado de la vida de la comunidad cuando sus vecinos le dan la espalda), está escrita en un tono no abiertamente humorístico pero sí predominante simpático y hasta sarcástico en algunas ocasiones. ¿Sabes cuando tu cuñado te cuenta su última batallita y a ti solo te sale responder “vaya tela” mientras esbozas media sonrisa? Pues así.

En definitiva, una novela que debería ser de lectura obligatoria (a pesar de un par de detalles que me chirriaron un poco hacia el final de la novela pero que no desmerecen el conjunto de la historia). 

No soy un monstruo (Espasa. 2017)
Desde que supe que se había alzado con la última edición del Premio Primavera de Novela, un galardón que para mí supone garantía de éxito a la hora de leer historias con las que disfrutar entre sus premiados, y a pesar de las reticencias que me provocan los libros firmados por caras conocidas, tenía mucha curiosidad por leer la ópera prima de Carme Chaparro (Barcelona, 1973).

El sublime debut literario de la periodista catalana comienza con la desaparición de un niño en un centro comercial, un suceso que por sus características recuerda al secuestro de otro niño ocurrido un par de años atrás, un caso que conmocionó a la opinión pública y cuyo autor consiguió burlar a la policía hasta el punto de que a fecha de hoy nada se sabe ni del niño ni de su secuestrador.

No soy un monstruo está protagonizada por la inspectora responsable de la investigación, que fue también la encargada de llevar el caso del primer menor desaparecido, y una periodista de sucesos que se hizo muy conocida precisamente tras publicar un libro relativo a aquel mediático secuestro. 

Quien más y quien menos ha entrado en pánico momentáneamente cuando su hijo o sobrino ha desaparecido de su campo de visión en cuestión de un segundo. En mi caso, el terror a que Nico se pierda llega a tal extremo que, desde que aprendió a andar, no me he atrevido a ir con él al Rastro u otros lugares especialmente concurridos y no tengo previsto llevarle a conocer Cortilandia antes de que cumpla 18 años y sea un tiarrón que me saque dos cabezas al que pueda divisar de lejos entre la muchedumbre, por lo que la historia me enganchó desde el mismo comienzo.

Pero es que además está contada de una manera ágil y visual que no da tregua. Os prometo que más de una vez me descubrí a mí misma conteniendo la respiración mientras leía. Y son absolutamente impagables las apariciones de la anciana ‘camello’ para romper la tensión argumental y soltar alguna carcajada antes de seguir buceando en la historia.

Si os gustan los thrillers no os podéis perder esta trepidante historia con uno de los arranques más impactantes que yo haya leído nunca, y cuyo final os dejará clavados en el asiento.