lunes, 5 de marzo de 2012

Olas en el kilómetro 0

Está enfadado. No contigo. Con el mundo. Pero a ti te gustaría tener el poder suficiente para que nada le tocara. Para que nada llegase hasta él sin haber pasado primero por tu filtro amortiguador. Porque cuando baja de vuestra nube no sabes hasta que punto formas parte del mundo o le sigues perteneciendo a él. Y no saber a dónde perteneces, no estar segura de que esa batalla la quiera librar a tu lado hace que te sientes completamente desorientada. Porque a lo bueno una se acostumbra pronto, demasiado pronto, y ya no recuerdas cómo era vivir antes de que él lo fuera todo para ti, cómo lo hacías antes de que él apareciera, porque ya no sabes dar un paso si no es de su mano. Y ahora estás como perdida sin su sonrisa.

Te duele la garganta de tanto aguantar las lágrimas y empiezas a llorar silenciosamente. Si lloras sin hacer ruido igual no lo nota, igual las lágrimas se quedan como estalactitas transparentes a sus ojos y no se da cuenta. A él no le gusta que llores porque, como tú, a él también le gustaría protegerte a cada paso que das y que nada te afectara, porque es la única persona que ha sabido ver que eres mucho más frágil de lo que pretendes a los ojos de los demás.

 “¿Qué te pasa?” te pregunta. Y tú sólo consigues musitar un forzado y casi inaudible “Nada”.

Te abraza muy fuerte. Te arropa entre sus brazos. Es el mejor abrazo de tu vida, el único abrazo con el que has soñado siempre, incluso antes de que te lo diera. El abrazo con el que luego medirás todos demás los abrazos. El abrazo que dice: no importa lo que pase, conmigo estás a salvo, ahora todo irá bien.

Y ahora lloras sin freno no sabes si por el alivio de saberte suya nuevamente, de volver a tener un sitio al que pertenecer, o por el olor de la colonia en su cuello que no huele como la primera vez que te abrazó pero en la que le sigues reconociendo. 

Y después te besa en la frente y te mira preocupado porque desde el principio no se ha creído que no te pasa nada, y aunque te ha dicho al oído “llora tranquila”, descubres que a él también le cae agua de los ojos mientras se bebe tus lágrimas.

Y tú no puedes parar de llorar porque no sabes cómo explicarle que tienes algo por dentro que te hace daño. Porque no sabes con qué palabras decirle que él no tiene culpa de nada, que la culpa es tuya por no saber cómo hacer para que todo esté como a él le gustaría, cómo fabricar el mundo que él se merece. Por tener tanto miedo a que algún día deje de oírse el mar en pleno centro de Madrid.