martes, 30 de diciembre de 2014

Los pasos que nos separan

Casi todos nuestros pecados nos acompañan 
desde mucho antes de que los cometamos.

A estas alturas de la película ya os habreis dado sobrada cuenta de que tiendo a reincidir con aquellos autores cuyas obras anteriores me hayan gustado. Puede que entonces, si sois asiduos al blog, os pregunteis al ver la portada del libro de hoy cómo he podido dar una segunda oportunidad a Marian Izaguirre (Bilbao, 1951) después tras calificar su anterior novela con un simple aprobado. Sin embargo si recuperais la reseña que publiqué en su momento sobre La vida cuando era nuestra vereis que en ningún momento dije que no me gustara, sino que me esperaba otro tipo de novela, más profunda quizá, pero que había disfrutado mucho con el estilo literario de esta escritora. Por eso cuando me enteré de la publicación de su nueva novela no me hizo falta darle muchas vueltas para decidirme por su lectura.

Los pasos que nos separan (Lumen. 2014) comienza en la ciudad italiana de Trieste en 1920. Son tiempos convulsos para los triestinos ya que los fascistas pretenden italianizar la ciudad a la fuerza y expulsar a los numerosos ciudadanos eslavos que la habitan. En medio de esa gran conflictividad social Salvador y Edita se conocen. Él es un muchacho de 20 años que ha dejado su Barcelona natal para convertirse en escultor. Ella es una hermosa eslovena cinco años mayor que él, casada y que acaba de ser madre. Pero esto no será un obstáculo para que los jóvenes se enamoren. Medio siglo más tarde, en Barcelona, un Salvador ya anciano quiere recorrer los lugares de su juventud para redimirse de sus pecados, pero dada su avanzada edad necesita que alguien le acompañe en su particular peregrinación, por lo que pone un anuncio en un periódico. A la oferta de trabajo responde Marina, una estudiante de arte que lleva sobre sus hombros una pesada carga.

Nuevamente la escritora vasca hace gala de su prosa exquisita para narrarnos una historia estructurada en dos hilos temporales. Su dominio del lenguaje es tal que leyendo sus páginas puedes notar la fuerza de la bora, el viento típico de Trieste, e incluso sentir el olor a barnices, pigmentos y aceites del estudio del escultor Spalic.

Pero dicho esto empiezan los "peros": el principal, que no acabo de ver la necesidad de la trama que ocurre a finales de los 70. O mejor dicho: Quizá ese hilo temporal sea pertinente a modo de expiación de Salvador como he dicho más arriba, pero lo que es totalmente prescindible es el personaje de Marina. Y si goza de algún protagonismo es porque el desenlace de la novela adolece de un tufillo moralista que no me ha gustado nada, la verdad, pero no me explayaré para no condicionar a los que esteis pensando en leerla y sobre todo para no destripárosla.

Otros "peros" secundarios serían que debido a los nombres italianos en ocasiones me ha costado seguir ciertos pasajes de la historia y que pensaba que el cuadro de Antonello da Messina tendría más protagonismo en la trama más próxima en el tiempo. Esperaba que, después de aparecer tanto en la parte más antigua del relato, el cuadro encerrara algún tipo de misterio que se resolviera al final.

Creo que lo que me pasa con las novelas de Marian Izaguirre es que voy pasando las páginas esperando un golpe maestro que nunca se produce. Eso y que sus finales me dejan fría. Me falta contundencia, rotundidad. Y eso que al girar en torno al sentimiento de culpa Los pasos que nos separan me ha parecido más honda que su predecesora. Pero termino la última linea y me invade la sensación de "¿eso es todo?".

En definitiva, un aprobado para esta novela que te encantará si ya te gustó La vida cuando era nuestra, pero que nuevamente no ha cumplido mis expectativas.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

El hotel de los corazones rotos


El futuro siempre parecía radiante y lleno de posibilidades,
hasta que uno se adentraba en él.

Russell Buffery, Buffy, actor retirado, lleva a sus espaldas un turbulento pasado sentimental: Tiene un hijo de su primera mujer, de la que enviudó; tiene dos hijos más de su segunda esposa, quien aportó al matrimonio una hija de una relación anterior, y que acabó abandonando a Buffy por su psiquiatra. Con su tercera mujer, que le dejó por un fotógrafo bastantes años más joven, no tuvo hijos, pero tiene dos hijas más fruto de sendas relaciones extra-matrimoniales.

A sus setenta años, una antigua amante recientemente fallecida le ha dejado en herencia un destartalado Bed & Breakfast en un pueblecito de Gales. Harto de su anodina vida en Londres, y guiado por su propia experiencia vital, Buffy decide liarse la manta a la cabeza y convertir el viejo caserón en un hotel en el que impartir cursos para que la gente que acaba de salir de una relación pueda hacerse cargo de las tareas que le eran propias al otro miembro de la pareja: desde cocina a bricolaje pasando por el mantenimiento del automóvil. 

El hotel de los corazones rotos (Lumen, 2014) es una novela optimista, amena y fácil de leer, aunque sin pretensiones y con unos personajes que no dejan huella, pero que quizá recomendaría para leer en verano que es cuando más apetecen este tipo de lecturas ligeras, o incluso para desconectar en el ínterin entre dos libros de mayor complejidad.

La excusa del Bed & Breakfast permite a la autora presentarnos un variado catálogo de relaciones amorosas así como de las más variopintas causas de ruptura, con especial protagonismo del amor y el desamor maduro. Sin embargo, debo reconocer que a pesar de la gran variedad de personajes no he logrado conectar con ninguno.

Sin embargo Deborah Moggach (Inglaterra, 1948), autora también de El exótico hotel Marigold (cuya versión cinematográfica os recomiendo no tanto por su sencillo guión como por su magnífica fotografía, por el maravilloso elenco que la protagoniza y por la reconfortante sensación como de haberte reconciliado con la vida con la que sales de ver la película), debería evitar ambientar su próxima novela en otro hotel, ya que si bien es un recurso fantástico a través del que poder hilar diferentes historias y personajes, creo que sus lectores habituales acabarán aburriéndose de más de lo mismo, por lo que sería recomendable que en el futuro arriesgara apostando por tramas completamente diferentes.

Aprobado por tanto para esta novela amable aunque quizá simplona en exceso, que aunque he etiquetado como "novela romántica" por la temática en torno a la que gira carece de la ñoñería, el romanticismo y la cursilería propios del género.

martes, 11 de noviembre de 2014

Paraíso inhabitado


(...) Entonces sentí un gran deseo de comunicar la paz o la felicidad,
 esa peligrosa palabra que no debe pronunciarse y que de pronto había llegado a mí.
Pero sólo se me ocurrió apretarle la mano. Lo hice una sola vez,
y casi al instante él me devolvió el apretón: y lo hizo dos veces.
Los dos mirábamos hacia el cielo casi blanco, 
y con otro apretón de manos volví a decirle que le quería.
Me respondió de la misma forma.
Creo que nunca, ni antes ni después, he mantenido con nadie una conversación más íntima, más explícita. Ni tan bella. (...)

No recuerdo que mi abuela me contará nunca ningún cuento. Quizá, no lo sé, porque a ella no se los contaron. Sin embargo aún recuerdo sus historias-recuerdos (como diría la protagonista de la novela que nos ocupa) y constantemente me viene a la cabeza sus latiguillo "acuérdate de esto cuando la abuela falte" acompañando actos cotidianos compartidos como ir juntas a comprar a Ca' La Sabina o hacer conservas de tomate en la cocina del patio.

Ana María Matute (Barcelona, 1926) encarnaba, para mí, la imagen de la típica abuela creadora y narradora de historias para entretener los ratos de aburrimiento de los nietos sentados a su alrededor en la alfombra. Sin embargo, un simple vistazo a su biografía basta para comprender que pocos cuentos le debieron contar a ella y menos aún debieron salir de sus labios a la hora de acostar al hijo que las leyes franquistas le impidieron ver cuando decidió divorciarse de su marido, y que precisamente su obra responde a la necesidad de expresar esa pérdida: la de la infancia, propia y ajena. 

Así que cuando la escritora falleció el pasado verano, me decidí a sumergirme en profundidad en su obra, ya que aunque varios de sus cuentos infantiles me acompañaron en mis primeras lecturas, de sus novelas dirigidas al público adulto solo había leído el primer volumen de la trilogía 'Los Mercaderes' (Primera Memoria. Destino. 2010).

El caso es que con una primera frase tan contundente como "Nací cuando mis padres ya no se querían", tenía claro que la novela en la que me iba a embarcar era Paraíso inhabitado (Destino. 2008).

Aunque el contexto histórico tiene escasa importancia, la que fuera la última novela publicada en vida de su autora transcurre en Madrid en los años previos a la Guerra Civil y narra la historia de Adriana, una niña enfermiza que utiliza su imaginación para refugiarse del desgarro que supone adentrarse en el mundo de los adultos: la separación de sus padres, el desdén de su hermana mayor, las injusticias cometidas en el ámbito escolar, las ausencias que se convertirán en permanentes... Crea entonces un mundo propio, poblado por seres mágicos y amigos más o menos imaginarios, que alcanza su momento de máximo esplendor al caer la noche. Es este universo mágico el que, en palabras de una Adriana ya anciana, le proporcionó durante su infancia la "tenue felicidad que me salvó de cosas como saber que nunca fui deseada, de haber nacido a destiempo en una familia que había perdido ya la ilusión y la práctica del amor".

Con numerosos elementos auto-biográficos, Paraíso inhabitado es un entrañable homenaje a la infancia. Sorprende, quizá ahí resida el talento de esta escritora, que una persona tan anciana como Ana María Matute sea capaz de transmitir con tal nitidez la inocencia, la capacidad de asombro y el entusiasmo propios de la niñez. 

Del mismo modo que la protagonista distingue entre la zona noble y aquella parte de la casa con el parquet sin encerar (cocina, cuarto de la plancha, alcoba de las tatas, dormitorio de la propia Adriana) a la hora de establecer sus dominios, también se aprecia una diferencia entre lo que podríamos llamar los "gigantes" puros, es decir, aquellos adultos que ignoran, no participan o dificultan los juegos de los niños (la madre de Adriana o las monjas del colegio) y aquellos que colaboran e incluso encubren las correrías infantiles, como la Tata María, la cocinera Isabel, la tia Eduarda y Teo.

Los dos protagonistas infantiles, Adriana y Gavrila, resultan tremendamente tiernos por la verdad que transmiten sus actos y sus palabras, sin caer en cursilerías. Sin embargo, en mi opinión la autora ha desaprovechado el potencial de algunos de los personajes adultos, como es el caso de la tía Eduarda, a quien me hubiera encantado que hubiera dado más peso en la historia, quizá llevándose a Adriana a sus "ruinas" para recuperarse de alguna de sus crisis y poder conocer así más detalles de su historia y personalidad.

Como diría el autor de El Principito, Antoine de Saint Exupéry, "todas las personas mayores fueron al principio niños (aunque pocas lo recuerden)". Porque Ana María Matute fue sin duda uno de ésos privilegiados y porque es una verdadera delicia leerla, roza el notable esta novela en la que, más que lo que nos cuenta, lo importante es cómo nos lo cuenta.

miércoles, 1 de octubre de 2014

La maestra republicana

 
"La vida es una inversión a largo plazo"

Lo último con lo que uno espera encontrarse cuando tiene entre las manos un libro titulado La maestra republicana (Suma de letras. 2013), o al menos lo último con lo que yo esperaba encontrarme, es con una trama de corrupción inmobiliaria en la Comunidad Valenciana en el año 2007. Quiero decir, que bastante circo mediático soportamos ya a diario como para que el ratito de evasión que me proporciona la lectura sea más de lo mismo. Sinceramente, al que le guste leer historias pegadas a la más rabiosa actualidad tiene una gran oferta entre la que escoger, pero yo prefiero perderme por otros derroteros.

El caso es que la segunda novela de Elena Moya (Tarragona. 1970) se centra en la decidida lucha de la anciana Valli para impedir las corruptelas de Vicent, alcalde de Morella, que pretende sacar tajada de la venta de la antigua escuela del pueblo a Charles, un profesor de literatura de Eton cuya intención es convertirla en la sede veraniega del exclusivo college británico. 

Entremedias una simplona historia de amor y pinceladas del pasado de Valli, quien recién obtenido el título de maestra y sin tiempo apenas de ejercer su vocación ve cómo estalla la Guerra Civil y cómo el posterior régimen sepulta todos aquellos valores en los que se insipiraba la II República.

Así, la joven Valli se ve obligada a pasar prácticamente del paraíso intelectual que era la  Residencia de Señoritas, versión femenina de la mítica Residencia de Estudiantes, a la supervivencia más hostil como miembro de la guerrilla antifranquista en la zona del Maestrazgo castellonés.

Por las páginas de La maestra republicana desfilan personajes como Victoria Kent, Federico García Lorca, María Zambrano, Luis Buñuel, María de Maeztu o Salvador Dalí, pero tan transversalmente, tan de pasada, que lo único que consigue el libro es dejarte con las ganas de profundizar más en un periodo apasionante de nuestra historia reciente. O si preferimos ver el vaso medio lleno, despertar nuestra curiosidad para ahondar por nuestra cuenta en la etapa en que más avances sociales se produjeron en España.

En resumen, una decepcionante historia que nada tiene que ver con las misiones pedagógicas y con la renovación pedagógica que propugnaba la II República (y que parecía estar detrás del título de esta novela), y que peca de ser excesivamente localista sobre todo en lo que respecta a la trama que ocurre en el presente, por lo que no me queda más remedio que suspenderla.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Réquiem habanero por Fidel


(...) Vamos a ver, ¿cuántas veces mataron ya a Fidel falsamente,
por teléfono, cuántos cánceres, cuántos disparos y cuánta metralla
le metieron en el cuerpo en estos cincuenta años? 
Y ahí está el Hombre, enterito, vivo y verdadero, en carne y hueso, 
viejo pero vivo. Resistiendo.
A ver cómo lo explico una vez más: aquí resistir es vencer.
Y eso es lo que estamos haciendo desde hace más de medio siglo...

¡Qué maravilloso ejercicio de valentía literaria el que ha llevado a cabo J.J. Armas Marcelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1946) en su última novela!

Y eso que la delgada línea que separa la valentía de la osadía y el atrevimiento podría haber hecho que el escritor canario se despeñara por el barranco de la bufonada y el esperpento, y sin embargo detrás de cada línea de Réquiem habanero por Fidel (Alfaguara. 2014) se aprecia una gran dosis de admiración por Cuba y una dosis aún mayor de información sobre lo que ocurre en la antigua colonia española en el Caribe.

Pero vayamos con el argumento: Walter Cepeda, coronel jubilado de la Seguridad del Estado Cubano, recibe una llamada de su hija, exiliada en España, informándole de que los informativos españoles dan como noticia de última hora la muerte de Fidel Castro. A pesar de estar convencido de que no se trata más que de un nuevo intento por parte del exilio cubano en Miami de desestabilizar al Régimen y provocar la confusión entre la población, la llamada de su hija desata la cascada de recuerdos y reflexiones de quien ha vivido los principales episodios de la Historia reciente de Cuba en primera persona. Y es a través de este monólogo interior como entendemos cómo el que fuera los ojos y los oídos del propio Raúl Castro ha perdido la fe en la Revolución Cubana a pesar de mantenerse leal al Régimen.

Plagado de giros coloquiales y de expresiones puramente habaneras, algo que a priori podría haber constituido un obstáculo para el lector a la hora de meterse en la novela y que, como he dicho más arriba, tenía un enorme riesgo de convertirse en una caricatura grotesca del habla cubana, la lectura de Réquiem habanero por Fidel es una auténtica delicia para todos los enamorados de la isla o para los mínimamente interesados en lo que ha ocurrido en Cuba durante el último medio siglo, ya que por sus más de trescientas páginas van desfilando personajes reales como el ex Presidente Fidel Castro, su hermano Raúl, el comandante Che Guevara, el otrora héroe de la Revolución y finalmente fusilado por traidor Arnaldo Ochoa, el poeta disidente Herberto Padilla, los escritores Norberto Fuentes o Manuel Vázquez Montalban. Hasta el propio Armas Marcelo hace un cameo en la novela al más puro estilo de las películas de Hitchcock!

Sin embargo, y a pesar de lo muchísimo que me ha gustado, no recomendaría este libro al común de los lectores, ya que creo que ese estilo narrativo a la manera del habla habanera supone un handicap para los lectores no iniciados, y sobre todo porque mucho me temo que, quizá, la gran mayoría no entienda que aunque su autor sea crítico con el Régimen (ha llegado ha declarar que no volverá a poner un pie en suelo cubano hasta el entierro de Fidel Castro) la novela esté escrita desde el más profundo cariño por un escritor que confiesa que Cuba lo tiene enganchado.

Sobresaliente, por tanto, para esta novela que cierra la trilogía que J.J. Armas Marcelo le dedica a la ciudad y las gentes de La Habana, cuya existencia desconocía pero cuyo primer volúmen, 'Así en la Habana como en el cielo' (Debolsillo. 2007), se encuentra ya en mi lista de próximas adquisiciones.

miércoles, 27 de agosto de 2014

El hombre que arreglaba las bicicletas



¿Se puede hibernar del amor?
¿Se puede bajar el ritmo cardíaco, ralentizar el metabolismo, 
la respiración y la temperatura corporal y ser insensible al amor 
que nos espera allí afuera de nuestro refugio?

El 2014 estaba resultando un gran año para mí, literariamente hablando. Estaba yo tan contenta de estar eligiendo tan bien mis lecturas este año que solo me faltaba darme palmaditas a mí misma en la espalda. Hasta que cayó en mis manos El hombre que arreglaba las bicicletas (Suma de letras. 2014) y vi que se trataba de una novela que había dado el salto al papel tras su gran éxito en Amazon, situándose entre las 100 novelas más vendidas en su primer día de lanzamiento y en el Top 10 en su primera semana. Así que, guiada por mi buena estrella literaria, decidí darle una oportunidad convencida, vaya usted a saber por qué, de que me encontraba ante un libro de misterio.

La primera novela de Ángel Gil-Cheza (Villareal. 1974) arranca con la muerte de Artur Font, cuyo testamento, para sorpresa de su viuda y su hija, no puede ser leído hasta que su abogado no cumpla con la última voluntad del fallecido, que no es otra que localizar a Enda Berger, a quien le corresponde una parte de las propiedades del finado.

¿Quién demonios es Enda Berger? ¿Es hombre o mujer? ¿Es joven o mayor? ¿Qué relación tenía con Artur Font? El comienzo de la historia me resultó desconcertante, prometedor y tremendamente atractivo. Sin embargo, toda la intriga, el interés y el atractivo del argumento se vinieron abajo antes de llegar a la página 50.

A pesar de tratarse de una novelita que podría leerse perfectamente casi de una sentada (dos días como mucho), a mí me costó casi una semana acabar con sus doscientas y pico páginas: Aunque escrita con un ritmo bastante agil, el autor no ha sabido mantener el interés creado en las primeras páginas, la historia no aporta nada y es imposible conectar con los personajes porque están trazados de una manera tan superficial que no llegan al lector

No quiero profundizar más en la trama por si a pesar de todo alguien tiene pensado leerselo, pero la verdad es que me he sentido un poco "estafada" con este libro y con esa moda que parece dominar el panorama editorial en la actualidad y según la cual un final más o menos sorprendente puede justificar cualquier historia. No señores. Un buen libro es aquel que tiene un planteamiento atractivo, un nudo bien desarrollado y un desenlace contundente. El inesperado giro final, por sí mismo, no es más que un buen postre dentro de un menú escaso y mal ejecutado. Y en mi opinión, en el caso de la novela que nos ocupa, ese final ni siquiera tiene la fuerza suficiente para sostener los cerca de cuarenta capítulos de los que se compone el libro.

Por todo ello, y a pesar de que el comienzo es uno de los mejores comienzos que he leído en mucho tiempo, de esos que te desconciertan y aumentan tus ganas de seguir leyendo para descubrir a dónde quiere llevarte el autor, no tengo más remedio que suspender a El hombre que arreglaba las bicicletas.

jueves, 7 de agosto de 2014

El Paciente


 No soy un santo, ni un mártir, ni un terrorista, ni un loco, ni un asesino.
Los nombres por los que creen conocerme están equivocados.
Soy un padre. Y esto es lo que sucedió

Ya he comentado en otras ocasiones que mis gustos literarios no suelen coincidir con los de Mr. Increíble y que, aunque algún libro ha habido que nos ha gustado mucho a los dos, no suelo tener en cuenta su biblioteca cuando mi balda de libros pendientes de lectura se vacía.

Sin embargo, a mi chico le une una relación de cierta cercanía con Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977), a la sazón uno de sus escritores favoritos, lo que me permitió conocerle durante la pasada edición de la Feria del Libro de Madrid.

El caso es que, después del breve pero ameno paseo que compartimos entre las casetas del Parque del Retiro, arropados por el anonimato que proporciona el hecho de que las imágenes del escritor que aparecen en Google, e incluso en las contraportadas de sus libros, se parezcan más a las del apocado profesor interino de Historia del instituto en el que estudié que al tipo atractivo que en realidad es, no me quedó más remedio que ir derechita a por su última novela en cuanto llegué a casa.  

El Paciente (Planeta. 2014) narra la encrucijada en la que se ve inmerso el Doctor David Evans cuando su hija Julia es secuestrada por el señor White, un siniestro personaje que le pone una única pero terrible condición si quiere volver a ver a su hija con vida: Que el Presidente de los Estados Unidos, al que va a intervenir quirúrgicamente en pocos días de un tumor cerebral, no salga vivo de la mesa de operaciones.

Comienza así el relato en primera persona y en pasado, con el prestigioso neurocirujano ya encerrado en el corredor de la muerte, de las 63 horas más angustiosas en la vida del Dr. Evans que debe decidir si someterse a los dictados del señor White con tal de salvar a la pequeña Julia o si se mantiene fiel a su sistema de valores y al juramento hipocrático a pesar de las fatales consecuencias que de ello puedan derivarse.

Destaca el uso magistral del lenguaje por parte del autor para llevarnos exactamente al punto en el que él quiere que estemos haciéndonos entender cosas que en realidad él no ha dicho (algo así como un trampantojo literario. Pero no profundizaré más en este aspecto para no fastidiarle a nadie la lectura) y el exhaustivo conocimiento por su parte de todos los temas que se tocan en la novela: medicina (o más concretamente, neurocirugía. Ahí es nada), armamento, o el mero paisaje de Whasington, ciudad en la que transcurre la historia y que el escritor parece haber pateado a conciencia.

Pero por encima de todos los elementos narrativos y del ritmo vertiginoso de la novela, más propio del guión de una película americana de suspense, que te hace contener la respiración durante las casi 500 páginas que conforman El Paciente y sentir en primera persona la angustia de ese padre de cuya actuación depende que su hija se salve o no, sobresale el personaje del señor White: Gómez-Jurado ha creado uno de los antagonistas con más magnetismo que yo haya leído en mucho tiempo.

Sin embargo, y aunque he disfrutado mucho de su lectura, hay algo que no me ha acabado de cuadrar y lo peor es que no estoy muy segura de qué es: No sé si se debe al hecho de que un escritor español haya optado por ambientar su novela en Washington lo que no me ha permitido entrar en la historia al 100% (aunque entiendo perfectamente el razonamiento que ha llevado al autor a situar el argumento fuera de nuestras fronteras), o que a pesar de sentir la desesperación de ese padre página tras página creo que no he acabado de empatizar con el Doctor Evans, quien a pesar de ser el protagonista me temo que me ha resultado un personaje un poco plano, o quizá se deba a la poca química existente entre David y Kate.

A pesar de ese pequeño "pero" que como veis no tengo muy bien identificado, pero sobre todo por tratarse de una novela de esas que no puedes parar de leer, puntúo a El Paciente con un notable alto.

miércoles, 23 de julio de 2014

Las tres bodas de Manolita




"(...) Quedaban sus palabras, adiós, que tengáis suerte, adiós, te quiero más que nunca,
adiós, me voy con la alegría de haberte conocido, 
adiós, habla a mis hijos de mí, de las ideas por las que voy a morir, 
adiós, busca a un buen hombre, cásate con él y sé feliz, pero no me olvides, 
adiós, mi amor, cuánto te he querido y qué poco tiempo hemos tenido para estar juntos, 
adiós, hijos mios, sed muy buenos y ayudad mucho a vuestra madre,
 adiós, cariño, adiós, vida mía, adiós, adiós, adiós. Y todas las despedidas eran parecidas, pero todas distintas, distintas las mujeres que no podían terminar de leer en voz alta el papel que temblaba entre sus manos, idéntico el hueco que cada nueva carta abría en mi cuerpo agujereado, incapaz de abrigar tantos adioses (...)

Las guerras lo destruyen todo, pero la guerra civil española tuvo además la cualidad de eliminar de un plumazo los años 1.937 y 1.938. El guión que separa 1.936 de 1.939 no solo unió para siempre esas dos fechas, sino que, como si de un agujero negro se tratara, se tragó los años que van de una a otra, como si nunca hubieran existido, como si la guerra no hubiera sido más que un simple paréntesis en las tragedias personales de los que se empeñaron en sobrevivir.

Pero resulta que al abril del 36 no le siguió el julio del 39 y que, durante ese lapsus temporal escondido detrás de las tres palabras que forman “la guerra civil”, e incluso de “la inmediata posguerra”, la vida siguió, como diría Sabina, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Por eso, proyectos como Episodios de una guerra interminable son vitales para conocer la realidad de aquella España, porque en sus novelas Almudena Grandes (Madrid, 1960) reconstruye la vida cotidiana de esos años con la minuciosidad de un arqueólogo que va desenterrando cada centímetro de tierra arrasada por el impacto de un meteorito devastador. 

Las tres bodas de Manolita (Tusquets. 2014) es una novela coral, protagonizada por las historias de una decena de personajes principales y un centenar de secundarios, que convergen en la figura de Manolita Perales, una chica normal que, por si no tuviera bastante con un padre encarcelado en Porlier, una madrastra presa en Ventas, y cuatro hermanos pequeños a su cargo en el Madrid herido y paupérrimo de 1940, ve como su vida se complica por culpa de los tejemanejes políticos de su hermano Antonio, quien le propone una boda ficticia con un preso político amigo suyo que es el único capaz de poner en funcionamiento las multicopistas necesarias para imprimir unos panfletos. 

Así, sin quererlo al principio, y conscientemente después, Manolita acaba formando parte del universo de personajes que pueblan la cárcel de Porlier a ambos lados de la alambrada. Conocemos así la resignación y hasta la alegría de los presos del penal, el estoicismo y la solidaridad de sus mujeres, y los abusos y la corrupción de sus funcionarios empezando por el máximo representante de Dios en ese infierno situado en el centro de Madrid.

Confieso que me costó entrar en la historia casi un centenar de páginas, porque después de tener el privilegio de poder hablar con la autora durante la pasada edición de la Feria del Libro de Madrid, no podía evitar que su voz rota se superpusiera a la de Manolita contándome su historia en primera persona. Pero una vez superadas las primeras 70 páginas caí rendida ante la profundidad de los personajes y la intensidad del relato que conforman las diferentes historias encerradas en Las tres bodas de Manolita.

El único pero que le encuentro a la novela es que el personaje de Manolita, como protagonista y por su condición de chica corriente, carece de la fuerza de esa Inés uniéndose al ejército liberador del Valle de Arán cargada de rosquillas a lomos de su caballo (Inés y la alegría. Tusquets. 2010).

Pero sólo por haber alumbrado un personaje como Eladia, cuya historia se me ha clavado tan dentro como si la hubieran escrito con un bisturí sobre mi cuerpo, merecen la pena las más de 700 páginas que conforman el libro (aunque en mi opinión, el interés de la novela decae tras poner fin a la historia de Carmelilla de Jerez).

Por todo ello, por su maravillosa recreación de la vida en el Madrid de posguerra, por su exhaustivo conocimiento del mundo de las cárceles franquistas (Porlier, Ventas, Yeserías), pero sobre todo porque no defrauda a todos los que, como yo, esperábamos ansiosos esta novela desde hace dos años, Las tres bodas de Manolita obtiene un notable alto.

jueves, 3 de julio de 2014

La cáscara amarga


Que no nos envíe Dios todo lo que somos capaces de aguantar

Cuatro días escasos me ha durado La cáscara amarga (Planeta. 2013), un libro que llegó a mis manos por casualidad y del que no tenía referencia alguna, pero cuya portada me atrapó. La mirada de la niña ejercía una suerte de poder hipnótico tan fuerte sobre mí que ni siquiera fui capaz de darle la vuelta al libro para leer la información de la contraportada. Así que, sin la más remota idea de lo que me iba a encontrar dentro, me decidí a conocer la historia que se escondía detrás de aquellos inmensos ojos tristes.

La sexta novela de Jesús Ruiz Mantilla (Santander, 1965), y la primera de esta autor que yo leo, es el relato crudo, áspero y amargo (como su título) de la infancia de Emilia. Una infancia en la que, con una madre presa y un padre ausente, ella y sus hermanos se ven abocados a la miseria, a la soledad y, en algunos casos, a la muerte.

Prometo que hasta que empecé a leer, desconocía que la historia se situaba en las inmediaciones de la Guerra Civil, pero os aseguro que no se trata de otra novela más sobre la contienda española. Más bien al contrario, La cáscara amarga no es más (ni menos) que el desfile de los fantasmas de su pasado frente a una Emilia ya anciana, en la misma frontera entre la vida y la muerte.

Cada capítulo está dedicado a un personaje relacionado con la niñez de Emilia. Así, van apareciendo su madre, la Chila; su padre, Juan; sus hermanos, Mariuca, Lucrecia, Carmina, Leoncio y Casimiro; su abuela Simona; sus tías, Paquita y la Romana, y hasta Don Luis, párroco de Santoña.

Reconozco que durante las 20 primeras páginas me costó entrar en la narración porque el estilo de este escritor cántabro no es nada convencional. Sin embargo, en el tercer capítulo ya estaba completamente cautivada por esta historia de superación, porque eso es lo que es La cáscara amarga, la historia de una lucha contra los elementos por parte de una auténtica superviviente. Y cuando digo auténtica quiero decir real, porque Emilia Fuentes es un personaje real, dueña de una empresa conservera en Santoña, cuya relato conoció Ruiz Mantilla, quien fuerte impresionado por la misma decidió novelarla. Es más, el autor confiesa que se ha visto obligado a "maquillar" algunos aspectos de esas vivencias en su novela porque la verdadera historia es, en sus propias palabras, absolutamente insoportable.

Por todo ello, por su originalidad, por su dureza, por su magnífica prosa y por la verdad que esconden unos personajes increíblemente humanos, no  tengo más remedio que calificar a este libro con un notable alto.

miércoles, 18 de junio de 2014

Herejes



 HEREJE.- 1. Persona que niega alguno de los dogmas
 establecidos por una religión.|| 2. Persona que disiente 
o se aparta de la línea oficial de opinión seguida por 
una institución, una organización, una academia, etc.  
Cuba. Dicho de una situación: [Estar hereje] Estar muy dificil, 
especialmente en el aspecto político o económico.
 
Mi otra gran pasión, al margen de la lectura, es viajar. Con un buen libro en la maleta podría pasarme la vida viajando, pero el Euromillones no quiere tocar y, aunque trato de ser amable con todos los viejecitos del barrio, me temo que ningún anciano multimillonario me legara su inmensa fortuna cuando pase al otro barrio, así que, sin otros ingresos, cada vez está más lejano el día en el que pueda cumplir mi sueño de recorrer el mundo sin preocuparme por la fecha de regreso o el dinero que me queda en la cartera.

El caso es que cada vez que he salido fuera de nuestras fronteras me ha ocurrido que las capitales y/o principales ciudades extranjeras me han decepcionado o directamente no me han gustado y sí lo han hecho ciudades menos importantes o que aqui llamaríamos de provincias. La única capital con la que he tenido un flechazo, que aún perdura, es La Habana. Me enamoró la belleza decadente de sus calles, la resignada alegría de sus gentes, el orgulloso pasado de sus edificios... Y fue en ese viaje en el que me aficioné al ron y a la literatura cubana.

Así, cuando me acerqué al libro que da título a esta entrada, su autor no era un desconocido para mí. Ya sabeis que suelo confiar en autores cuyas obras previas me han gustado, y la anterior novela de Leonardo Padura (La Habana, 1955), "El hombre que amaba a los perros" (Tusquets. 2011), es una novela sobresaliente sobre el que fuera el asesino del líder comunista León Trotski, Ramón Mercader, que transcurre en la década de los años 30 del siglo XX entre España, Rusia y México, y que me atrapó durante el verano de 2011.

Como los Reyes Magos todo lo ven y todo lo saben, sus reales majestades de Oriente tuvieron la generosidad de obsequiarme estas pasadas navidades con su serie de novelas policiacas protagonizada por el detective Mario Conde, y yo, que soy mucho de empezar la casa por el tejado, decidí comenzar por el último libro de la saga, ya que se pueden leer de manera independiente.

Herejes (Tusquets. 2013) es en realidad un puzzle compuesto por tres historias perfectamente delimitadas en la novela:

- El libro de Daniel, tiene como punto de partida el 27 de mayo de 1939, cuando llega al puerto de La Habana el S.S. Saint Louis, un barco en el que viajaba casi un millar de judíos que había conseguido escapar de Alemania. Entre los pasajeros se encuentran el matrimonio Kaminsky y su hija pequeña, quienes confían en poder entregar a las autoridades de la isla un pequeño lienzo de Rembrand a cambio de poder "comprar" una nueva vida en Cuba. En el muelle, y conocedores de la valiosa baza con los que cuentan los Kaminsky, esperan el reencuentro el hijo mayor del matrimonio, Daniel, y su tío. Sin embargo, finalmente el desembarco de los refugiados no es autorizado y Daniel no vuelve a ver ni a saber de sus padres jamás. En 2007, y ante la noticia de que el cuadro de Rembrand va a ser subastado por una conocida casa de subastas, el hijo de Daniel llega a La Habana para pedirle al detective Mario Conde que investigue qué ocurrió con el cuadro y con su familia.

- El libro de Elias, retrocede hasta el Ámsterdam de mediados del siglo XVII, donde un joven judio está decidido a rebelarse contra las prohibiciones de su religión y entrar a formar parte del taller de Rembrandt, no sólo como aprendiz del más prestigioso pintor flamenco, sino también como modelo para una de sus obras: Los peregrinos de Emaús.

- El libro de Judith, regresa a La Habana del presente en la que el detective Mario Conde se ve involucrado en la investigación de la desaparición de una joven integrante de una de las variopintas tribus urbanas de la capital cubana.

Una vez expuesto todo lo relativo a su argumento, debo decir que, lamentablemente, esta novela me ha decepcionado. Cuando leo un libro escrito por un autor cubano espero que su evocadora narración me lleve a pasear de nuevo por las calles habaneras, y en este sentido, sólo la primera parte de Herejes, tanto la historia que transcurre en el presente como la que retrocede hasta la Cuba pre-revolucionaria, cumple dicho cometido. La segunda parte me ha aburrido tremendamente, no sé si quizá por haber leído muy recientemente 'Dispara yo ya estoy muerto' de Julia Navarro, pero la verdad es que estaba un poco saturada de historias sobre judios y se me ha hecho muy densa. Y la última parte, en la que pensaba que la novela se reconduciría, directamente no la he entendido: No he entendido qué necesidad tenía el autor de añadir una subtrama paralela y meterse en berenjenales de tribus urbanas que no aportan nada a la historia principal, en lugar de centrarse en la resolución de la trama de la búsqueda del cuadro.

Por todo esto, y a pesar de que el planteamiento de la historia me tuvo completamente enganchada durante las casi 200 páginas que conforman el libro de Daniel, Herejes no pasa del aprobado.

lunes, 2 de junio de 2014

El testigo invisible


"(...) Si muero a manos de mis hermanos los campesinos rusos,
nada habréis de temer, y vuestro linaje reinará por cuatrocientos años.
Pero si son vuestros parientes ricos quienes procuran mi muerte,
ni vosotros ni ninguno de vuestros cinco hijos me sobrevivirá más de dos años (...)"
Carta de Rasputín a Nicolás II

Nacer a principios de los 80 me convirtió en hija (culturalmente hablando) de la España negra más profunda. Ésa en la que la muerte entraba varias veces a la semana en nuestra casa de la mano de ETA, que mataba cada tres días y medio en sus años más duros; áquella en la que la cadena pública dedicaba su prime-time a la búsqueda de personas desaparecidas y era líder de audiencia todas las semanas durante los seis años que el programa estuvo en antena, a pesar de que por entonces ya existían las cadenas privadas; la que convirtió en una gran de partida de Cluedo el asesinato de los Marqueses de Urquijo e hizo de la matanza de Puerto Hurraco la versión patria de los asesinatos de Cielo Drive.

Todo esto cristalizó en un caldo de cultivo quizá un poco macabro pero sin duda inspirador para los que teníamos en nuestra fantasía a la mejor compañera de juegos.

En este contexto, el episodio del asesinato de los últimos zares de Rusia y de sus cinco hijos me fascinó desde que lo conocí. Contenía todos los ingredientes necesarios para convertirse en la historia favorita de la pequeña escritora en ciernes que nunca llegaría a ser: profecías, asesinatos, plebeyas que reclaman identidades principescas...

Tenia 10 años cuando exhumaron los cadáveres de la familia imperial rusa y recuerdo acercarme a los dominicales de la época en busca de los detalles morbosos que omitían los libros de Historia, mucho más prolijos a la hora de explicar las causas que conllevaron al derrocamiento del régimen zarista o las luchas de poder entre bolcheviques y mencheviques, que sinceramente no me interesaban lo más mínimo.

Así, después de leer un par de reseñas sobre su última novela, me decidí a darle a Carmen Posadas (Montevideo, 1953) la oportunidad que sus anteriores obras no me habían animado a concederle.

El testigo Invisible (Planeta. 2013) narra la historia de Leonid, quien sabiéndose en el final de sus días decide desvelar el secreto que lleva toda la vida guardando y que no es otro que haber sido el único superviviente de la matanza de la familia Romanov y de sus criados más cercanos la noche del 17 de julio de 1918. 

De este modo, y a través de los recuerdos y vivencias de Leonid, primero como deshollinador en el palacio imperial y luego como pinche de cocina de la familia Romanov, nos adentramos en los últimos años del Zar Nicolás II, su mujer la Zarina Alejandra y sus cinco hijos. De este modo somos testigos de aspectos de su vida privada, como el amor incondicional que se profesaba el matrimonio, las aspiraciones románticas de las duquesitas, las limitaciones del heredero al trono por la hemofilia que padecía o cómo un personaje de dudosa respetabilidad como Rasputín pudo ganarse la confianza de la zarina y convertirse en su único confidente y asesor, hasta llegar a presenciar el mismo momento en que el pelotón de fusilamiento abre fuego sobre ellos en un sótano de Ekaterimburgo.

Carmen Posadas demuestra un conocimiento exhaustivo no solo de uno de los periodos más convulsos de la historia rusa contemporánea, sino de los lugares en los que transcurre la novela. La ambientación es tan cuidada que me ha permitido pasear por las desabastecidas calles de Petrogrado de la mano de Leonid, asistir desde una de las gélidas orillas del Neva al momento en el que los asesinos de Rasputín se deshacían de su cadáver tiràndolo al rio, unirme a las hordas ciudadanas en busca de alimento por los depósitos de trigo de San Petersburgo, acompañar al ciudadano Romanov y a sus hijas durante sus paseos por el jardin de la residencia de Tobolsk en la que cumplieron su forzado exilio, o detenerme a curiosear frente a la casa Ipatiev junto al resto de vecinos de Ekaterimburgo.

Lo único que destacaría negativamente, o al menos menos positivamente, serían los capítulos escritos en presente por el Leonid anciano, porque sinceramente, salvo el episodio del documental de la BBC, creo que no aportan nada a la historia. 

Y finalmente una duda que me atormenta desde que terminé de leer esta novela: ¿Por qué la autora no ha sacado más partido al hecho de que Leonid conservara el diario personal de una de las grandes duquesas? Creo que haber intercalado fragmentos de ese diario sin duda hubiera dado mucho juego a la hora de profundizar en la vida familiar y privada de los Romanov y no puedo entender cómo la escritora ha descartado un recurso tan efectista.

Sin embargo, como hay más elementos positivos que negativos, y sobre todo por tratarse de un libro apasionante sin restar un ápice de rigor histórico a la historia, mi valoración de esta novela es de notable.

lunes, 12 de mayo de 2014

La vida cuando era nuestra


Esta guerra ha sido demoledora,
no sólo por las muertes y la pérdida de nuestros derechos; 
lo peor de todo, al menos para mí, ha sido la pérdida de las ilusiones. 
Contra eso no he encontrado el modo de luchar.

Conmovedor. Eso era todo lo que sabía de este libro antes de leerlo. Eso y que transcurría en el Madrid de posguerra. Y esos dos datos bastaron para incluir la sexta novela de Marian Izaguirre (Bilbao, 1951) en mi carta a los reyes de 2014. Sin embargo, una vez terminada tengo que decir que La vida cuando era nuestra (Lumen. 2013) no es la novela que esperaba. Lo cual no quiere decir que sea mala. De hecho está escrita con un gusto exquisito. Pero yo pensaba que lo que me disponía a leer era una novela histórica y enseguida comprendí que lo que tenía entre manos era una novela más bien romántica y que ese Madrid de 1951 en el que comienza este libro no es más que el telón de fondo en el que transcurre la acción. O la no acción incluso. Me explico:

Lola y su marido Matias tienen una pequeña librería de viejo en una calle escondida de Madrid. Hasta ella se acerca un día Alice, una cincuentona británica afincada en España cuya pasión son los libros. Con la excusa de compartir la lectura de un libro expuesto en el escaparate (lectura de la que somos partícipes), Lola y Alice van tejiendo su amistad y vamos conociendo tanto el pasado de ambas mujeres como la historia de Rose, protagonista del libro que las ha unido. Eso es todo.

Es más: la historia de Alice y Lola es totalmente secundaria y la historia sobre la que se sustenta la novela es la que conocemos a través del libro que ambas leen, siendo Rose la verdadera protagonista.

La vida cuando era nuestra es una novela ambientada en una época gris, que habla de gente hastiada que lo ha perdido todo, hasta la esperanza. Pero la autora podría haberla situado en la actualidad, en que la crisis económica ha golpeado a tanta gente y la historia hubiera funcionado igual. Por eso digo que no se trata de una novela histórica y que ese Madrid de posguerra no es más que el paisaje que vemos a través de la ventanilla de un tren.

Dicho esto, hay que decir que la autora utiliza magníficamente el lenguaje para mostrarnos la carestía y el desencanto de ese Madrid en el que convergen Alice y Lola, así como la sofisticación y la vida bohemia del París de los años 20 y las rancias tradiciones de la Gran Bretaña de los primeros años del siglo XX en los que transcurre la historia de Rose.

Un homenaje a la lectura, dice su contraportada. Bueno. Yo digo que es una novela amable que se lee de un tirón y que deja un buen sabor de boca, porque habla de amistad, de amor, de ganas de superar las adversidades y salir adelante, y por eso La vida cuando era nuestra aprueba sobradamente.

miércoles, 23 de abril de 2014

Las tres heridas




"Llegó con tres heridas:
La del amor, 
la de la vida,
la de la muerte."
 Miguel Hernández 

Ya he dicho en alguna ocasión que tengo especial predilección por los libros ambientados en la Guerra Civil y en la inmediata posguerra. Soy de la opinión de que los que nacimos ya en democracia, los primeros españoles verdaderamente a salvo de las heridas de la Guerra Civil, tenemos una deuda, una obligación moral, con la generación que sufrió esa guerra cainita y su posterior represión, y esa deuda u obligación no es otra que no olvidar, conocer la verdad, tratar de comprender sin caer en maniqueísmos de que unos fueron muy buenos y los otros muy malos y asumiendo que en ambos bandos se cometieron atrocidades.

Sin embargo, mis ganas de saber se han topado siempre con el silencio, en mi casa primero y en las aulas después. Mis abuelos nunca han sido de contar "batallitas", supongo que en parte por esa mordaza que se autoimpusieron los que perdieron la guerra, y en parte porque, estoy convencida de que, en un lado y en el otro, en algún momento, quien más quien menos se vio obligado a hacer cosas de las que no se sienten muy orgullosos para sobrevivir y prefieren callar y olvidar. 

En lo que respecta al ámbito educativo, la Guerra Civil era una materia que se quedaba siempre fuera del temario por falta de tiempo. No exagero si afirmo que la primera vez que he estudiado la Guerra Civil española ha sido ya durante la carrera, de la mano de uno de los mejores, eso sí, el Profesor Javier Cervera, cuyos amplios conocimientos al respecto se han materializado en obras como 'Ya sabes mi paradero: la guerra civil a través de las cartas de los que la vivieron' (Editorial Planeta. 2005), 'Madrid en guerra. La ciudad clandestina 1936-1939' (Alianza Editorial. 2006) o 'La guerra no ha terminado: el exilio español en Francia 1944-1953' (Taurus Ediciones. 2007).

Es en esta falta de conocimiento, académico y doméstico, donde surge mi interés por todo aquello (películas, documentales, libros...) que transcurra en las décadas de los años 30 y 40 en nuestro país, y donde nace mi fascinación por las historias que suceden entre sirenas anti-aéreas, cartillas de racionamiento, cafés con achicoria, checas y sacas.

Por eso cuando me encontré por pura casualidad con una reseña sobre Las tres heridas (Editorial Planeta. 2012) supe que este libro me encantaría.

La cuarta novela de Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962) narra la historia de Ernesto, un profesor de literatura decidido a cumplir la última voluntad de su recién fallecida esposa: dejarlo todo para dedicarse a tiempo completo al sueño de escribir su gran novela. Aficionado a las antigüedades, en una de sus habituales visitas al Rastro madrileño se hace con una caja de hojalata que contiene unas cartas manuscritas y una fotografía en blanco y negro de una joven pareja en cuyo dorso puede leerse: Mercedes y Andrés. Móstoles. 19 de julio de 1936.

Intrigado por lo que se esconde detrás de esa imagen y esas cartas, y con la esperanza de que se encuentre frente a la historia que le permita escribir su gran novela, Ernesto decide investigar sobre el terreno para ver si es capaz de dar con el paradero de la pareja o si por el contrario algún vecino del pueblo de Móstoles puede contarle qué fue de ellos.

Esa investigación nos hace retroceder en el tiempo llevándonos directamente a los aciagos días de la Guerra Civil en los que transcurre el segundo hilo temporal de la novela. Ahí conocemos cómo, pocos días después de ser tomada esa fotografía, la felicidad del joven matrimonio se ve truncada cuando Andrés, denunciado por un vecino, es obligado a alistarse a la guerra con el bando republicano.

Mercedes decide entonces huir a la capital con su madre donde es acogida en casa de los Cifuentes, una familia acomodada y afín al levantamiento militar que tendrá mucho que ver con el destino de Mercedes, quien, a su vez, se convertira en confidente de la hija mayor, Teresa, que se debate entre dejarse llevar por sus sentimientos o la lealtad a su familia.

A pesar de lo que pueda parecer, Las tres heridas no es otra novela sobre la Guerra Civil, sino sobre las vicisitudes de una decena de personajes a los que les tocó vivir entre 1936 y 1939.

Escrita con un ritmo ágil, un estilo cuidado y una minuciosa ambientación que unida a un lenguaje riquísimo te mete de lleno en ese Madrid en guerra, la novela me ha tenido totalmente enganchada durante sus casi 700 páginas. Todos los personajes que la conforman, incluso los secundarios, son tan reales, tan humanos, están tan perfectamente dibujados, que logramos entender su proceder aún cuando no empaticemos con muchos de ellos.

Lo único que me ha gustado menos son las sorpresas (lo dejaré ahí para no destriparle el argumento a nadie) con las que se ha desmarcado la autora para tratar de unir ambas tramas, aunque reconozco que eso no le ha restado un ápice de interés a la historia.

Por todo ello, le doy un sobresaliente a esta magnífica novela que demuestra que buenos, y malos, los hubo en ambos bandos.

lunes, 7 de abril de 2014

Dispara, yo ya estoy muerto




Hay momentos en la vida en los que la única manera de salvarse a uno mismo
es muriendo o matando

No suelo leer críticas de ningún libro que tenga previsto leerme. Es más, si puedo, evito mirar hasta la sinopsis de la contraportada para que ninguna información u opinión condicione mi lectura. Otra cosa es que me encuentre con una reseña de un libro desconocido que despierte mi interés o que premeditadamente vaya a la caza y captura de algo que leer: Sólo cuando ando muy perdida en busca de nuevas adquisiciones le doy la vuelta al libro o indago un poco más para saber algo más de su argumento, pero es una lectura como de reojillo, de querer saber sin saber, como cuando los niños ven una película de miedo y se tapan los ojos con las manos abiertas (claro que, a la vista de los tostones que pasaron por mis manos el año pasado, igual debería plantearme ir cambiando de método de elección).

El caso es que en cuanto me enteré de que Julia Navarro (Madrid, 1953) publicaba nuevo libro me hice con él sin conocer absolutamente nada acerca de su argumento. Su anterior novela, 'Dime quién soy', me había encantado y "La hermandad de la sábana santa" sin ser una novela maravillosa como la anterior también había conseguido engancharme, así que me dispuse a disfrutar de varias semanas de lectura cuanto menos entretenida. Y en qué momento... 

Más de cuatro meses me ha costado terminar Dispara, yo ya estoy muerto (Plaza & Janés. 2013) una densa novela que aborda, nada más y nada menos que el conflicto palestino-israelí desde comienzos del siglo XX, cuando empiezan a producirse los primeros asentamientos, hasta la actualidad.

La historia comienza a finales del siglo XIX cuando la familia de Samuel Zucker es asesinada por culpa de los pogromos zaristas contra los judíos y Samuel se ve obligado a dejar su Polonia natal y exiliarse a San Petersburgo primero y a Palestina algunos años después. Allí conocerá a los Ziad, una familia musulmana a los que compra unos terrenos en los que poder establecerse y con los que entablará una relación casi fraternal más allá de las diferencias religiosas o étnicas. Con el pasar de los años, a la convivencia entre Samuel y la familia Ziad se van sumando nuevos miembros, árabes y judios, que ponen al lector frente al abanico de todas las posiciones posibles en lo relativo a la cuestión palestino-israelí.

Dispara, yo ya estoy muerto está narrada desde dos perspectivas, la judía y la árabe, y llega hasta el presente utilizando la excusa de la elaboración de un informe acerca de los asentamientos de los colonos judíos en Palestina por parte de una cooperante internacional. Sin embargo el conflicto es tan complejo que intentar abordarlo en un libro, aunque sea en uno de mil páginas, me parece una osadía y una temeridad.

Además de la complejidad de la idea sobre la que gira el argumento, la falta absoluta de ritmo narrativo y la veintena larga de personajes que conforman esta novela coral han hecho imposible que consiguiera meterme en la historia en ningún momento, teniendo que obligarme constantemente a continuar con su lectura.

Ni siquiera el "sorprendente giro final" funciona: la resolución de la historia es forzadísima y las últimas 50 páginas no acaban de encajar con una historia que empieza a dar vueltas sobre sí misma mucho tiempo atrás.

Lo único que salvaría es la historia de Samuel, Katia y Dalida en la Francia ocupada por los alemanes, su actividad en la resistencia y su paso por los campos de exterminio nazis de Auschwitz y Ravensbrück, en la que la autora recupera el ritmo y el estilo que me cautivara en 'Dime quién soy'.

Julia Navarro se une así, aunque por motivos completamente opuestos, a María Dueñas en la lista de peores lecturas del año pasado después de haber encabezado ambas con sus novelas previas el ranking de las que más me gustaron el año anterior: Si, como ya comenté aqui, tras leer 'Misión Olvido' me invadió la sensación de que se trata de una historia escrita con prisas para cumplir con un contrato editorial y que por eso no acaba de cuajar, por el contrario tengo la impresión de que Dispara, yo ya estoy muerto es el libro que su autora ha querido escribir siempre y que sólo después del éxito de 'Dime quién soy' se ha atrevido a publicar, pero en el que la Historia (con mayúsculas) se ha comido a la historia.

Así, y aunque se trata de una novela que me ha aburrido tremendamente, y que yo personalmente no recomendaría al común de los lectores, le voy a dar un aprobado porque es innegable la labor de documentación que hay detrás y que agradecerán los iniciados en el tema.