miércoles, 26 de marzo de 2014

La verdad sobre el caso Harry Quebert



Me gustaría enseñarle a escribir Marcus. 
No para que sepa escribir, sino para convertirle en escritor.
Porque escribir libros no es nada: Todo el mundo sabe escribir,
pero no todo el mundo es escritor.

Será por aquello de que los polos opuestos se atraen por lo que mi chico y yo tenemos gustos radicalmente distintos para todo: Si mi serie favorita es "Lost", la suya es "Manos a la obra" (también conocida como "Manolo y Benito"); mientras que yo tengo preferencia por la novela histórica, él prefiere libros que le permitan jugar a los detectives; yo soy más de dulce mientras que él es más de salado; yo necesito el calor del sur y él siempre tira p'al norte... (Lo dejo ahí porque si sigo esto va a parecer la letra de "Las cosas del querer"). 

El caso es que la primera vez que tuve en mis manos La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara, 2013) no tenía la más mínima intención de leerlo. Íbamos buscando una lectura que acompañase a David durante las vacaciones, yo no había leído ninguna opinión al respecto, pero la portada me llamó la atención porque me recordó, vaya usted a saber por qué, al cuadro más famoso de Edward Hopper y al leer la contraportada tuve claro que era de la clase de libros que le gustan. Sin embargo, después de leérselo resultó que mi olfato literario me había fallado y que el libro no le había gustado nada porque le había recordado demasiado a 'Lolita' de Nabokov y le había resultado demasiado previsible (porque el mismo que elogia los diálogos de "Manolo y Benito" es capaz de citar un minuto después a Nabokov o J.D. Salinger y quedarse como si nada).

Tanto el libro como la opinión al respecto de mi chico habían quedado ya en el olvido cuando muchas semanas después mi madre apareció hablando maravillas de la novela de marras. Y yo, que siempre le digo a David que cuando no tenga nada que leer tendrá que prestarme alguno de sus libros para acabar siempre encontrando alguna excusa (literariamente hablando) que me aleje de su biblioteca, me dejé llevar por la curiosidad y decidí meter mis narices en la segunda novela de Joël Dicker (Suiza. 1985) para comprobar cuál de los dos tenía razón. 

Así que me sumergí en tres semanas de intensa lectura en las que cualquier momento era bueno para retomar el libro: la sala de espera de la consulta del fisioterapeuta, la pausa publicitaria de lo que estuviéramos viendo en ese momento en la tele...

Y es que desde la primera página tuve la sensación de estar dentro de una esas películas que tanto me gustan en las que el protagonista nos cuenta a través de sus ojos y su voz, sin mostrarse todavía, un hecho sin resolver sobre el que gira toda la trama y en cuya investigación participa de algún modo (Sleepers, El secreto de sus ojos, Mystic river, Algunos hombres buenos, La hija del General... ¿Qué género aglutina a todas estas cintas?? ¿Suspense? ¿Thriller? ¿Cine negro? ¿Drama criminal? No lo sé, pero por favor, no confundir con lo que emite Antena 3 los fines de semana después de comer).

La verdad sobre el caso Harry Quebert narra la historia de Marcus Goldman, un joven escritor neoyorkino que tras triunfar con su primer libro se encuentra en plena crisis de la hoja en blanco mientras el plazo acordado con su editor para entregar su nueva novela se va agotando. Desesperado, Marcus decide recurrir a su mentor, el afamado escritor Harry Quebert, quien le invita a pasar unos días con él en Aurora, un pequeño pueblecito de New Hampshire, para ver si el cambio de aires le devuelve la inspiración. Poco después de descubrir que su idolatrado profesor mantuvo una relación con una quinceañera en los años 70 a la que doblaba la edad, el cadáver de la chica, desaparecida desde 1975 aparece enterrado en su jardín. Para tratar de esclarecer lo ocurrido aquel 30 de agosto de 1975 pero sobre todo para defender el honor de Harry, Marcus comienza una investigación en la que nada ni nadie son lo que parecen.

Escrito en primera persona y con continuos flashbacks tanto al verano de 1975 en el que suceden los hechos como a 1998 en el que se forja la relación entre Harry y Marcus, me cautivó el tono sarcástico con el que está escrita la novela.

Otra cosa que también me ha encantado es que a cada uno de los 31 capítulos le anteceda un consejo de Harry a Marcus sobre el oficio de escribir. Literatura dentro de la literatura. Pero desde luego si me tuviera que quedar sólo con una cosa del libro elegiría todas y cada una de las conversaciones telefónicas de Marcus con su madre. Sencillamente hilarantes.

En definitiva, notable alto para esta adictiva novela cuyo interés si bien decae un poco hacia la página 200 durante un centenar de hojas, se ve ampliamente compensado por el ritmo frenético de sus últimas 200 páginas.

lunes, 17 de marzo de 2014

Misión Olvido

  
A veces la vida se nos cae a los pies con el peso y el frío de una bola de plomo...
 
Así empieza la novela que da título a este post y eso es justo lo que me ha resultado su lectura: un auténtico plomo. Es más: Porque tengo por principio no dejar ningún libro sin terminar, pero hacía mucho que no tenía que obligarme tanto a seguir con una historia que me interesara menos que la de la novela que nos ocupa.

Nada sabía del argumento de Misión olvido (Temas de hoy. 2012) cuando la incluí en mi carta a SS.MM. los reyes magos de Oriente del año pasado. Me bastaba (o eso creía) con la garantía de que se trataba de la segunda novela de María Dueñas (Ciudad Real, 1964), cuyo debut literario me había enganchado de principio a fin. Pero nada que ver. De hecho ambas novelas son tan diferentes, no solo en su temática sino en cómo están escritas, que parece que no pertenezcan a la misma autora.

Si "El tiempo entre costuras" (Temas de hoy. 2009) es una apasionante novela sobre una modistilla metida a espía que transcurre en los años de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial entre Madrid, Tánger y Lisboa, narrada con una prosa evocadora y con un ritmo trepidante, Misión olvido es una novela insustancial que cuenta la historia de Blanca, una profesora universitaria que emprende una huída hacia adelante en el momento en que su vida se derrumba y que para tratar de superar la ruptura de su matrimonio pone tierra de por medio rumbo a California con la excusa de indagar en el legado cultural de un viejo profesor de literatura.

Así de triste y así de simple. Es decir, por mucho que su autora lo haya intentado a lo largo de sus más de 500 páginas, Misión olvido carece de una historia que contar y las diferentes tramas que conforman su argumento (la relación de Blanca con Daniel, un profesor de la universidad de acogida; la investigación sobre las misiones franciscanas en la Alta California Española y el movimiento social contrario a la destrucción de un paraje natural para la construcción de un centro comercial (¿?)) no solo carecen del más mínimo interés sino que parecen pegotes añadidos sin sentido, ideas que se le han ido ocurriendo para tratar de salvar la novela pero que no han acabado de cuajar, de fundirse con el fondo de la novela.

Con el pasar de las páginas he llegado a pensar que se trata de un libro escrito únicamente para cumplir con un contrato editorial (todos sabemos que después de convertirse en un fenómeno de ventas las editoriales presionan a los autores para que esriban lo más pronto posible nuevos títulos que publicar al albor del éxito conseguido), porque parece escrita con prisas, sin profundizar en ninguna de las ideas que va planteando.

Puedo asumir que el adjetivo "decepcionante" con el que califico este libro sea una sensación subjetiva fruto de que mis expectativas fueran excesivamente altas después de deleitarme con su primera novela, pero que verdaderamente Misión olvido es una novela plana y aburrida que no engancha en ningún momento es una verdad como un templo y que podrán corroborar los lectores que se acerquen a ella sin haber leído la anterior.

Por todo ello, no es que suspenda, es que puntúo con un Muy Deficiente a una novela de la que sólo destacaría al personaje de Daniel, cuya historia es la única que me dejaba con ganas de saber más, y en cuyos pasajes la autora se acerca (un poco) a la brillantez y luminosidad de 'El tiempo entre costuras'. Todo lo demás, prescindible y "olvidable".

miércoles, 5 de marzo de 2014

Malena es un nombre de tango


(...) Cuando lo vi por primera vez, tres días después del parto, 
tan solo, y tan pequeño, y tan delgado, y tan inerme en aquella
caja transparente de paredes lisas, como un prematuro ataúd de cristal,
cuando comprendí que sólo tenía amor para alimentarle y que él no
necesitaba otra cosa para sobrevivir, leí en sus labios la diminuta marca
de la casta de los Alcántara y le juré en silencio, detrás de una ventana
blanca y aséptica como la frontera que separa del mundo a los padres
infelices, que todo iría bien, que pagaría cualquier precio, por alto que
fuera, para que algún día nos riéramos los dos juntos de todo aquello, y
establecí con él un lazo que mi madre jamás ató conmigo, un vínculo cuya
fortaleza ni siquiera sospechan las mamás de esos bebés rollizos y felices
a las que he envidiado tanto, durante tantos años.

Poco imaginaba cuando, en mitad de una abarrotada playa malagueña a mediados del mes de agosto, trataba inútilmente de contener las lágrimas mientras leía cómo Malena paría con dificultades a un bebé prematuro, que apenas diez días después yo también traería al mundo a un niño minúsculo, otro pequeño superhéroe igual que aquel niño al que la protagonista del libro había puesto el nombre de un héroe de guerra: su bisabuelo Jaime.

Como ya conté aqui, 'Inés y la Alegría', 'El lector de Julio Verne' y 'Los Aires Difíciles' (todas de Tusquets) me acompañaron durante los meses de verano de 2012, y aunque se trata de libros densos, muy alejados de lo que podríamos denominar "lecturas de verano", lo de aunar libro de Almudena Grandes (Madrid, 1960) con tiempo de estío me gustó tanto que decidí convertirlo en una tradición con la que cumplir todos los veranos (aunque no sé si este año podré aguantarme las ganas de leer 'Las tres bodas de Manolita" hasta que lleguen las vacaciones). Así fue como, el verano pasado, Malena es un nombre de tango (Tusquets. 1994) fue la elegida para que me acompañara entre chapuzones y paseítos a la orilla del mar.

La tercera novela de Almudena Grandes narra la vida de la pequeña Malena, una niña de 12 años que para liberarse de las siempre odiosas comparaciones con su ideal hermana melliza sólo tiene el anhelo de que la Virgen la convierta en un niño. Tras convencerse de que la madre de Dios no está por la labor de obrar el milagro, Malena descubre de mano de su abuelo cómo en la historia de su familia no sólo existen mujeres perfectas, como su madre y su hermana, sino que el árbol genealógico de los Alcántara está salpicado de casos de "mala sangre", una vieja maldición indiana que condiciona la existencia de algunos de sus antepasados y con la que ella misma tratará de justificar sus imperfecciones. A lo largo de la novela vamos viendo crecer a la protagonista en una constante lucha entre la mujer que debe ser y la que verdaderamente es, y la acompañamos durante el proceso mediante el que Malena acaba despojándose de la mujer que todos esperan que sea y asume aquello de que "las mujeres buenas van al cielo, pero las malas van a todas partes".

Veinte años después de su publicación no descubro nada si digo que Malena es un nombre de tango es una novela absolutamente deliciosa, y que Malena es un personaje con el que resulta extremadamente fácil identificarse en algun instante de nuestra vida, en algun momento de la obra. A pesar de la mala sangre. De los secretos familiares y mentiras. De las filias y las fobias. De las pasiones y bajezas. De los silencios y los miedos. O precisamente por todo ello.

El único punto negativo es que carece de un final cerrado, algo que para mí es fundamental, y que tras terminarlo me quedé un poco fría, ya que después de la intensidad de las más de 500 páginas el desenlace resulta bastante flojo.

Llegados a este punto, debo ser honesta conmigo misma y con los que os asomais a este blog y reconocer que si bien las sensaciones que nos provocan los libros son totalmente personales e intransferibles, mi valoración de esta novela va a ser aún más subjetiva si cabe, ya que en cualquier otro momento ese final hubiera sido motivo más que suficiente para bajarle la nota. Sin  embargo, creo que hay un momento vital concreto para cada novela y desde luego yo no podía haber elegido mejor momento para leer Malena es un nombre de tango. Por ello, y porque a pesar de carecer de un final contundente es la novela que me hubiera gustado escribir a mí y ya forma parte de mis libros favoritos, le doy un sobresaliente.