Me gustaría enseñarle a escribir Marcus.
No para que sepa escribir, sino para convertirle en escritor.
Porque escribir libros no es nada: Todo el mundo sabe escribir,
pero no todo el mundo es escritor.
Será por aquello de que los polos opuestos se atraen por lo que mi chico y yo tenemos gustos radicalmente distintos para todo: Si mi serie favorita es "Lost", la suya es "Manos a la obra" (también conocida como "Manolo y Benito"); mientras que yo tengo preferencia por la novela histórica, él prefiere libros que le permitan jugar a los detectives; yo soy más de dulce mientras que él es más de salado; yo necesito el calor del sur y él siempre tira p'al norte... (Lo dejo ahí porque si sigo esto va a parecer la letra de "Las cosas del querer").
El caso es que la primera vez que tuve en mis manos La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara, 2013) no tenía la más mínima intención de leerlo. Íbamos buscando una lectura que acompañase a David durante las vacaciones, yo no había leído ninguna opinión al respecto, pero la portada me llamó la atención porque me recordó, vaya usted a saber por qué, al cuadro más famoso de Edward Hopper y al leer la contraportada tuve claro que era de la clase de libros que le gustan. Sin embargo, después de leérselo resultó que mi olfato literario me había fallado y que el libro no le había gustado nada porque le había recordado demasiado a 'Lolita' de Nabokov y le había resultado demasiado previsible (porque el mismo que elogia los diálogos de "Manolo y Benito" es capaz de citar un minuto después a Nabokov o J.D. Salinger y quedarse como si nada).
Tanto el libro como la opinión al respecto de mi chico habían quedado ya en el olvido cuando muchas semanas después mi madre apareció hablando maravillas de la novela de marras. Y yo, que siempre le digo a David que cuando no tenga nada que leer tendrá que prestarme alguno de sus libros para acabar siempre encontrando alguna excusa (literariamente hablando) que me aleje de su biblioteca, me dejé llevar por la curiosidad y decidí meter mis narices en la segunda novela de Joël Dicker (Suiza. 1985) para comprobar cuál de los dos tenía razón.
El caso es que la primera vez que tuve en mis manos La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara, 2013) no tenía la más mínima intención de leerlo. Íbamos buscando una lectura que acompañase a David durante las vacaciones, yo no había leído ninguna opinión al respecto, pero la portada me llamó la atención porque me recordó, vaya usted a saber por qué, al cuadro más famoso de Edward Hopper y al leer la contraportada tuve claro que era de la clase de libros que le gustan. Sin embargo, después de leérselo resultó que mi olfato literario me había fallado y que el libro no le había gustado nada porque le había recordado demasiado a 'Lolita' de Nabokov y le había resultado demasiado previsible (porque el mismo que elogia los diálogos de "Manolo y Benito" es capaz de citar un minuto después a Nabokov o J.D. Salinger y quedarse como si nada).
Tanto el libro como la opinión al respecto de mi chico habían quedado ya en el olvido cuando muchas semanas después mi madre apareció hablando maravillas de la novela de marras. Y yo, que siempre le digo a David que cuando no tenga nada que leer tendrá que prestarme alguno de sus libros para acabar siempre encontrando alguna excusa (literariamente hablando) que me aleje de su biblioteca, me dejé llevar por la curiosidad y decidí meter mis narices en la segunda novela de Joël Dicker (Suiza. 1985) para comprobar cuál de los dos tenía razón.
Así que me sumergí en tres semanas de intensa lectura en las que cualquier momento era bueno para retomar el libro: la sala de espera de la consulta del fisioterapeuta, la pausa publicitaria de lo que estuviéramos viendo en ese momento en la tele...
Y es que desde la primera página tuve la sensación de estar dentro de una esas películas que tanto me gustan en las que el protagonista nos cuenta a través de sus ojos y su voz, sin mostrarse todavía, un hecho sin resolver sobre el que gira toda la trama y en cuya investigación participa de algún modo (Sleepers, El secreto de sus ojos, Mystic river, Algunos hombres buenos, La hija del General... ¿Qué género aglutina a todas estas cintas?? ¿Suspense? ¿Thriller? ¿Cine negro? ¿Drama criminal? No lo sé, pero por favor, no confundir con lo que emite Antena 3 los fines de semana después de comer).
La verdad sobre el caso Harry Quebert narra la historia de Marcus Goldman, un joven escritor neoyorkino que tras triunfar con su primer libro se encuentra en plena crisis de la hoja en blanco mientras el plazo acordado con su editor para entregar su nueva novela se va agotando. Desesperado, Marcus decide recurrir a su mentor, el afamado escritor Harry Quebert, quien le invita a pasar unos días con él en Aurora, un pequeño pueblecito de New Hampshire, para ver si el cambio de aires le devuelve la inspiración. Poco después de descubrir que su idolatrado profesor mantuvo una relación con una quinceañera en los años 70 a la que doblaba la edad, el cadáver de la chica, desaparecida desde 1975 aparece enterrado en su jardín. Para tratar de esclarecer lo ocurrido aquel 30 de agosto de 1975 pero sobre todo para defender el honor de Harry, Marcus comienza una investigación en la que nada ni nadie son lo que parecen.
Escrito en primera persona y con continuos flashbacks tanto al verano de 1975 en el que suceden los hechos como a 1998 en el que se forja la relación entre Harry y Marcus, me cautivó el tono sarcástico con el que está escrita la novela.
Otra cosa que también me ha encantado es que a cada uno de los 31 capítulos le anteceda un consejo de Harry a Marcus sobre el oficio de escribir. Literatura dentro de la literatura. Pero desde luego si me tuviera que quedar sólo con una cosa del libro elegiría todas y cada una de las conversaciones telefónicas de Marcus con su madre. Sencillamente hilarantes.
En definitiva, notable alto para esta adictiva novela cuyo interés si bien decae un poco hacia la página 200 durante un centenar de hojas, se ve ampliamente compensado por el ritmo frenético de sus últimas 200 páginas.
La verdad sobre el caso Harry Quebert narra la historia de Marcus Goldman, un joven escritor neoyorkino que tras triunfar con su primer libro se encuentra en plena crisis de la hoja en blanco mientras el plazo acordado con su editor para entregar su nueva novela se va agotando. Desesperado, Marcus decide recurrir a su mentor, el afamado escritor Harry Quebert, quien le invita a pasar unos días con él en Aurora, un pequeño pueblecito de New Hampshire, para ver si el cambio de aires le devuelve la inspiración. Poco después de descubrir que su idolatrado profesor mantuvo una relación con una quinceañera en los años 70 a la que doblaba la edad, el cadáver de la chica, desaparecida desde 1975 aparece enterrado en su jardín. Para tratar de esclarecer lo ocurrido aquel 30 de agosto de 1975 pero sobre todo para defender el honor de Harry, Marcus comienza una investigación en la que nada ni nadie son lo que parecen.
Escrito en primera persona y con continuos flashbacks tanto al verano de 1975 en el que suceden los hechos como a 1998 en el que se forja la relación entre Harry y Marcus, me cautivó el tono sarcástico con el que está escrita la novela.
Otra cosa que también me ha encantado es que a cada uno de los 31 capítulos le anteceda un consejo de Harry a Marcus sobre el oficio de escribir. Literatura dentro de la literatura. Pero desde luego si me tuviera que quedar sólo con una cosa del libro elegiría todas y cada una de las conversaciones telefónicas de Marcus con su madre. Sencillamente hilarantes.
En definitiva, notable alto para esta adictiva novela cuyo interés si bien decae un poco hacia la página 200 durante un centenar de hojas, se ve ampliamente compensado por el ritmo frenético de sus últimas 200 páginas.