jueves, 3 de enero de 2019

Contundentes fracasos y algún éxito inesperado del 2018


Aunque mejor que el anterior, el año que acabamos de despedir no ha sido un gran año. Es más, en general 2018 ha sido un año bastante mediocre, en lo que a los libros que han pasado por mis manos se refiere (aunque no exclusivamente), que sólo a partir del verano ha traído consigo alguna sorpresa (no sólo en lo literario y no todas agradables. Pero bueno, ya nos hemos retratado tod@s. Así que, aunque sea momentáneamente, vamos a tratar de poner el foco en lo positivo, ya que aunque ha sido menor en cantidad, no puedo negar que este año me ha tocado El Gordo). El caso es que la apatía que me ha invadido durante largos meses y el escaso tiempo disponible se aliaron para desatender el blog más de la cuenta, así que, mientras el resto de los mortales hace sus listas de buenos propósitos para los próximos meses (que acabarán abandonando en las próximas horas), yo me dispongo a hacer balance de las novelas que se disputan el farolillo rojo en mi particular clasificación lectora y a coronar a la que ha sido mi mejor lectura de los últimos 365 días.

En mi declaración de principios de lo que pretendía ser La Salita (allá por 2014) ya dejé por escrito que esto no era, ni pretendía ser, un blog de reseñas literarias, fundamentalmente porque yo soy la primera a la que le aburren mortalmente las sesudas y versadas críticas de los Carlos Boyero de turno (Señor Boyero: si por alguna extraña confluencia planetaria algún día llega usted hasta aquí, no se lo tome como algo personal). Así que, antes de desvelar los títulos con los que más he disfrutado y aquellos que más me han aburrido a lo largo de este año que acaba de terminar, me gustaría recordar por enésima vez que siempre he defendido que lo que cada libro provoca y sugiere va intrínsecamente ligado al momento personal y las vivencias de cada lector, y que, por tanto, las opiniones y reflexiones que aquí escribo son completamente personales e intransferibles y no aspiran a adoctrinar ni convencer a nadie de nada, salvo de que leais, coño.

Dicho esto, voy ya con el balance de mis lecturas del 2018 y lo empiezo por aquellas que menos me han gustado, hasta el punto de que he sufrido para acabar alguna de ellas, y que tienen todas un común denominador (que nadie tire una piedra hasta que toque el pito): son todas novelas escritas por autores de prestigio, en el sentido canónico de la expresión, que gozan del respeto de la crítica y el respaldo del público. Comenzamos (commence):

Corazón tan blanco (Anagrama.1992)
Pocos individuos me provocan más pereza que el articulista Javier Marías (Madrid, 1951), otro espécimen de la raza "soplapollas insoportabilis" a la que también pertenece el mencionado Carlos Boyero (¿ves como no era nada personal?). Sin embargo, incomprensiblemente para mí, de un tiempo a esta parte (sobre todo desde la publicación de 'Los Enamoramientos', y posteriormente de 'Así empieza lo malo' y por último con la llegada de 'Berta Isla') sus novelas me generan una poderosa curiosidad, como si quisiera convencerme de que el Marías escritor poco tiene que ver con el columnista insufrible que se dedica a alumbrar al vulgo con la luz de su cegadora sabiduría.

Así las cosas, y ante la publicación de una edición conmemorativa por el 25 aniversario del lanzamiento de la que en su momento fue el fenómeno editorial más importante hasta la fecha (con más de 2 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo), me decidí a adentrarme en las páginas de Corazón tan blanco. Y en qué puto momento...

La novela arranca con un suicidio lejano ya en el tiempo (y cuando digo "arranca" me refiero a que eso se nos cuenta en la primera página. No es ningún spoiler) sobre cuya mano ejecutora y las motivaciones que la llevaron a apretar el gatillo parece que va a girar la historia. Pero nada más lejos de la realidad. 

Lo cogí con ganas. Lo juro. Sin prejuicios ni expectativas. Y leí las primeras páginas con avidez. Pero con pocos comienzos más poderosos que éste me he topado que se hayan desinflado más estrepitosamente a partir de la página ¿50? ¿40?

Aunque he entendido (creo) lo que el autor pretende, se me ha hecho tedioso y repetitivo hasta el infinito. Sólo salvo la historia del padre del protagonista con la que nunca pudo haber sido su tía. Así que, lo que hasta ahora era "creciente interés" por la obra literaria de Marías, se ha convertido de un plumazo en "antes prefiero la muerte" que volver a leer algo suyo. Al menos por una temporada. Larga.

Que nadie duerma (Alfaguara. 2018)
Tampoco había tenido ocasión de estrenarme con las historias de Juan José Millás (Valencia, 1946), solo que, al contrario que en el caso precedente, este periodista y escritor no me producía (ni produce, ahora que puedo hablar con conocimiento de causa) aversión. Es solo que sus libros y yo no nos habíamos encontrado en el espacio-tiempo. 

El lanzamiento de su última novela Que nadie duerma me animó a darme la oportunidad de sentarme mano a mano con este autor. Pero quizá debería haber hecho los deberes antes y averiguar a qué se referían cuando hablaban del "regreso del mejor Millás"....

La obra es una novelita corta (poco más de 200 páginas) que se lee fácilmente y que me hecho sonreir varias veces mientras nos cuenta la historia de Lucía, una joven informática que tras quedarse sin trabajo decide probar suerte en el gremio del Taxi (el de toda la vida. No Uber ni Cabify ni moderneces de ésas) y somos testigos de las relaciones que entabla con sus clientes entre carrera y carrera.

Como planteamiento, ninguna pega. Como forma de escribir, bien también. ¡Pero ay amigo! Que yo no sabía que este escritor es conocido por haber creado su propio genero literario en el que cualquier suceso cotidiano es susceptible de desencadenar sucesos fantásticos, como efectivamente así sucede en esta novela. Y por todos es sabido que yo la fantasía en los libros la llevo regular (JKRowlings aparte). Así que, querido Millás, ahora sé que ni tú eras para tanto ni yo era para ti (pero te agradezco enormemente que me hayas dado la excusa perfecta para escuchar 'Nessun Dorma' varias veces al día a todo volumen).

La ciudad de los prodigios (Seix Barral. 1986)
Mira que me jode incluir a Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) en este ranking, porque él me cae especialmente simpático, pero a diferencia de los anteriores, éste no es el primer libro suyo que pasa por mis manos y desafortunadamente debo decir que sus novelas humorísticas no me hacen gracia y sus novelas serias me aburren soberanamente.

Este último caso (el de sus novelas serias que me aburren soberanamente) es el que nos ocupa en La ciudad de los prodigios, una densa historia en la que a través de la vida del pícaro Onofre Bouvila asistimos a la transformación, social y urbana, de la ciudad de Barcelona entre las exposiciones universales que acogió la Ciudad Condal en 1988 y 1925.

De verdad que no me quiero ensañar porque, paradójicamente, disfruto mucho leyendo u oyendo las entrevistas de Mendoza en los medios de comunicación, donde no se corta de decir lo que le place pero evitando siempre la polémica con su sabiduría sencilla, elegante e inapelable, pero en verdad en verdad os digo que, a partir del segundo tercio de la historia, empecé a leer las páginas en diagonal con el único objetivo de quitarme de en medio cuanto antes esta novela, considerada la obra cumbre del escritor catalán y que a mí me ha parecido un tostón importante.


Y para terminar con buen sabor de boca, he dejado lo mejor para el final: Vamos con mi libro favorito de este 2018. Lo bueno que tienen las sorpresas es que no te las esperas ("claro mami, si no no serían sorpresas", diría mi pequeño maestro), pero ¿quién me iba a decir a mí que lo mejor que he leído este año no vendría firmado por un escritor? 

Instrumental: Memorias de música, medicina y locura (Blackie Books. 2015)
Creo que lo más cerca que he estado nunca de poner música clásica en mi vida fue una vez que mi madre se dejó dentro de la mini-cadena de mi cuarto el disco 'Adagio Karajan' y yo no era capaz de entender por qué extraño sortilegio estaba sonando el Adagio de Albinoni en una habitación en la que por aquel entonces atronaba sin descanso el Rock Transgresivo de Extremoduro. Dicho de otro modo: Con casi 40 tacos, y a pesar de haber pasado tres tardes a la semana durante ¿7? ¿8 años? de mi infancia entre tutús y zapatillas de ballet, sigo cantando "quién ha puesto el compact disc de Mozart en la caja azul de las galletas" cuando escucho los primeros acordes del Allegro de la Pequeña Serenata Nocturna de Mozart. Queda claro pues que, alguien con semejante tara mental (y alguna otra que no viene al caso en este momento), no se acerca al primer libro de James Rhodes (Londres, 1975) por su interés en la música clásica ni porque lo haya escrito el que probablemente sea el mejor pianista del momento. Pero durante unos meses muy concretos del pasado año, en los que parecía haber tocado fondo por motivos que ahora tampoco vienen al caso, no paraba de recibir lo que a mí me parecían señales de que debía leerlo.

Tenía una idea muy vaga de quién era él y de por lo que había pasado, porque conscientemente había elegido no querer saber más. No me interesaba demasiado por no decir absolutamente nada. Pero entre el final de la primavera y el principio del verano pasado se me pusieron por delante el programa que le dedicó Jordi Evole en 'Salvados', una invitación a su concierto en las Noches del Botánico que finalmente decliné (ouch!) creyendo que eso no era para mí, y finalmente, en un extraño devenir de los acontecimientos, mientras esperaba recibir un ejemplar de 'Fariña' cuando el libro de Nacho Carretero estaba aún bajo secuestro judicial, acabaron poniéndome literalmente entre las manos Instrumental y decidí intentar comprender como alguien que ha sufrido brutales abusos sexuales en la infancia que llevaron aparejada la rotura de su columna vertebral y su internamiento en diversos centros psiquiátricos, es ahora una especie de consul vitalicio de Mr. Wonderful.

Me resulta imposible clasificar este libro. ¿Es una autobiografía? Indudablemente sí ya que lo que se nos cuenta en él no dejan de de ser sus recuerdos y vivencias narrados en primera persona. ¿Es un libro de los denominados de auto-ayuda? Así podríamos considerarlo, a pesar de lo denostado del término, puesto que en él explica como la música le salvo la vida y anima a quienes hayan vivido un suceso traumático a utilizar mecanismos similares para salir a flote. Pero Instrumental es mucho más que eso. 

No me avergüenza reconocer que en más de una ocasión tuve que cerrar el libro ante la imposibilidad de seguir leyendo los episodios en las que con total crudeza rememora cómo, tras ser violado por su profesor de gimnasia, ejerció la prostitución entre los 12 y los 18 años o las lesiones y laceraciones que se autoinfligía ya de adulto. Y que cuando me veía preparada para continuar su lectura, he acabado llorando sin contención posible en espacios públicos repletos de gente tales como vagones del metro, del AVE o en mitad de una comida para uno en un restaurante. Pero del mismo modo es justo decir el libro ha arrancado en mí numerosas carcajadas. No tímidas sonrisas. No. Sonoras y liberadoras carcajadas.

Varios meses después de su lectura sigo sin tener muy claro dónde reside el secreto del éxito de este libro descarnado que ha enganchado a millones de lectores en todo el mundo. Pero si tuviera que decir algo apostaría a que la clave reside en el propio Rhodes: cuenta las vivencias más duras de su pasado con la misma inocencia y distancia de los hechos que el alienígena que buscaba a Gurb en la Barcelona olímpica intentaba comprender el modo de vida terrestre. No se tiene ninguna compasión, pero tampoco ninguna vanidad, y sin reírse abiertamente de sí mismo, el auto-retrato que va pintando de sus filias, fobias y manías es tan poco generoso con su propia persona que resulta caricaturesco. Como muestra, un botón:

... Estoy cualificado para escribir esto porque he sobrevivido a ciertas experiencias que quizás otras personas no habrían superado. Y al haber salido vivo de ello (hasta ahora) y, según la editora que le vendió la idea de este proyecto a su jefe, haber logrado "llegar a ser alguien", se me ha brindado la oportunidad de escribir un libro. Lo cual hace que me parta de risa, porque, como veréis a lo largo de las próximas ochenta mil palabras, vivo inmerso en una locura inherente a mi mismo, tengo un concepto de la integridad bastante retorcido, pocas relaciones que valgan la pena, aún menos amigos y, lo digo sin la menor compasión de mi mismo, soy bastante gilipollas...

Qué queréis que os diga. A mí que alguien sea capaz de "decir" semejante sentencia de sí mismo me predispone a "escucharle" con mayor interés si cabe. Así pues, yo he caído absolutamente rendida ante James Rhodes, e Instrumental es, sin lugar a dudas, mi mejor lectura del 2018. Y aunque dicen que no debes contar aquellos deseos que quieres que se cumplan, so pena de que no lo hagan, no quiero terminar sin pedirle al 2019 la oportunidad que dejé pasar el año pasado de asistir a uno de sus conciertos y que sea un año de sorprendentes y apasionantes lecturas para todos

¡Feliz año!