"Compañera, sabemos que te han maltratado bárbaramente.
En nombre de todas te saludamos.
Mientras estés incomunicada, la misma compañera que te ha pasado este saludo
seguirá en relación contigo. Dinos si necesitas sacar algún recado a la calle.
Haremos lo que esté a nuestro alcance por ayudarte.
Toda la prisión está llena. Resiste. Aqui también luchamos".
En nombre de todas te saludamos.
Mientras estés incomunicada, la misma compañera que te ha pasado este saludo
seguirá en relación contigo. Dinos si necesitas sacar algún recado a la calle.
Haremos lo que esté a nuestro alcance por ayudarte.
Toda la prisión está llena. Resiste. Aqui también luchamos".
Dice Almudenas Grandes en el prólogo de Desde la noche y la niebla: Mujeres en las cárceles franquistas (Horas y horas. 2012) que cuando salió publicado por primera vez, éste era un libro necesario. Hoy, casi 40 años después de su primera edición, y en parte gracias a las novelas de la Grandes y, anteriormente, a 'La voz dormida' de Dulce Chacón, quizá su lectura no sea tan necesaria para entender el horror de la realidad carcelaria del franquismo, pero sin duda se trata de un testimonio ineludible si lo que se pretende es conocer de primera mano la historia de una de aquel millón de presos políticos que llegaron a estar encerrados en cualquiera de las numerosas prisiones que brotaron como setas en la España de posguerra.
Desde la noche y la niebla, que ya desde su título hace referencia a la desaparición forzada de personas por parte del régimen nazi, es la historia de los últimos días de la contienda en un Madrid que nunca se rindió, sino que fue entregado a Franco por la Junta del General Casado; de la estampida de miles de republicanos hacia Alicante con la esperanza de ser rescatados por barcos de la Sociedad General de Naciones; de cómo sus ilusiones se rompieron en pedazos cuando el puerto de Alicante se convirtió en una ratonera en la que cientos de familias fueron separadas y no camino de la libertad precisamente; del hambre que les arañaba las tripas cuando les deportaron a los campos de concentración (porque sí, en España también los hubo); de las lamentables condiciones del viaje en tren que las trajo de regreso a Madrid para ser identificados y encarcelados; del hacinamiento de aquella masa despersonalizada de mujeres que pugnaban por una baldosa en las celdas, los patios y hasta las escaleras de la cárcel de Ventas en la que poder estirar sus maltrechos cuerpos; de la brutalidad de las torturas que sufrieron en los sótanos de Gobernación; de las humillaciones a las que las sometieron las monjas y funcionarias; de los juicios sumarísimos basados en pruebas falsas y con abogados defensores que ni siquiera conocían a sus defendidas, y de su dignidad ante los pelotones de fusilamiento frente a las tapias del cementerio del Este.
Pero sobre todo es la historia de la red de solidaridad que se tejió entre las presas, compartiendo los raquíticos paquetes que sólo a costa de privarse ellos de comer podían hacerles llegar sus familiares desde el exterior, promoviendo huelgas de hambre para conseguir mejoras en las condiciones de los niños tiñosos que vivían en la galería de madres, o convirtiéndose en las manos de una condenada a muerte a la que un terror paralizante impide siquiera vestirse la noche en la que la van a meter en capilla.
Lo que no es este libro es una novela auto-biográfica, ya que de su autora toma distancia de su propia vivencia utilizando la tercera persona y desfigurando algunos hechos para no dar a conocer su identidad, ya que cuando la novela fue escrita, Juana Doña (Madrid, 1918- Barcelona, 2003) estaba de nuevo incorporada a la lucha clandestina. Así, por ejemplo en la novela no encontramos una sola referencia a la mediación de Eva Perón para conmutarle la pena de muerte por una condena de treinta años. Pero que nadie se piense que las trescientaypico páginas que conforman Desde la noche y la niebla son producto de la imaginación de la autora, ya que como ella misma la definió estamos ante una novela-testimonio: La Leonor del relato es en esencia Juana Doña (una jovencísima comunista madrileña cuyo marido, dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas, será fusilado en los primeros años de la posguerra, y cuya propia condena a muerte será conmutada por una condena de 30 años de los cuales cumplirá 18 en diferentes prisiones españolas) pero su voz es la de las miles de presas políticas con las que compartió encierro en Ventas, Segovia, Guadalajara o Alcalá de Henares.
No sé si es debido a la falta de oficio de la autora o que a fuerza de leer tanto sobre el mismo tema al final una acaba "insensibilizándose", pero lo cierto es que no he conseguido sentir como propio el sufrimiento de Leonor, sus desventuras no me han mantenido pegada al sofá ni he notado ese pellizco en el estómago fruto de la rabia ante la crudeza de los hechos relatados que sí he sentido al leer las novelas mencionadas más arriba.
Sin embargo, y pese a que la calidad literaria del texto pueda no satisfacer a los lectores más exigentes, voy a calificar con un notable a esta novela por su innegable valor histórico a la hora de dar testimonio de la brutal represión que sufrieron miles de mujeres, en muchos casos por el único delito de mantenerse leales a la legalidad democrática.
Pero sobre todo es la historia de la red de solidaridad que se tejió entre las presas, compartiendo los raquíticos paquetes que sólo a costa de privarse ellos de comer podían hacerles llegar sus familiares desde el exterior, promoviendo huelgas de hambre para conseguir mejoras en las condiciones de los niños tiñosos que vivían en la galería de madres, o convirtiéndose en las manos de una condenada a muerte a la que un terror paralizante impide siquiera vestirse la noche en la que la van a meter en capilla.
Lo que no es este libro es una novela auto-biográfica, ya que de su autora toma distancia de su propia vivencia utilizando la tercera persona y desfigurando algunos hechos para no dar a conocer su identidad, ya que cuando la novela fue escrita, Juana Doña (Madrid, 1918- Barcelona, 2003) estaba de nuevo incorporada a la lucha clandestina. Así, por ejemplo en la novela no encontramos una sola referencia a la mediación de Eva Perón para conmutarle la pena de muerte por una condena de treinta años. Pero que nadie se piense que las trescientaypico páginas que conforman Desde la noche y la niebla son producto de la imaginación de la autora, ya que como ella misma la definió estamos ante una novela-testimonio: La Leonor del relato es en esencia Juana Doña (una jovencísima comunista madrileña cuyo marido, dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas, será fusilado en los primeros años de la posguerra, y cuya propia condena a muerte será conmutada por una condena de 30 años de los cuales cumplirá 18 en diferentes prisiones españolas) pero su voz es la de las miles de presas políticas con las que compartió encierro en Ventas, Segovia, Guadalajara o Alcalá de Henares.
No sé si es debido a la falta de oficio de la autora o que a fuerza de leer tanto sobre el mismo tema al final una acaba "insensibilizándose", pero lo cierto es que no he conseguido sentir como propio el sufrimiento de Leonor, sus desventuras no me han mantenido pegada al sofá ni he notado ese pellizco en el estómago fruto de la rabia ante la crudeza de los hechos relatados que sí he sentido al leer las novelas mencionadas más arriba.
Sin embargo, y pese a que la calidad literaria del texto pueda no satisfacer a los lectores más exigentes, voy a calificar con un notable a esta novela por su innegable valor histórico a la hora de dar testimonio de la brutal represión que sufrieron miles de mujeres, en muchos casos por el único delito de mantenerse leales a la legalidad democrática.