Paseando por la última edición de la Feria del Libro en Madrid comprobaba con cierta pena como la gente se agolpaba ante las casetas en las que rostros conocidos de la televisión firmaban sus libros, mientras que aquellas en las que estaban escritores reconocidos pero cuyas caras eran no tan conocidas para el gran público (no digamos ya escritores ni conocidos ni reconocidos) se encontraban completamente desiertas.
No tengo nada en contra de famosos metidos a escritores, pero reconozco que son libros a los que no doy la más mínima oportunidad porque creo firmemente que por el mero hecho de ser escritos por personajes famosos tienen muchas más posibilidades de ser publicados que si provinieran de manos (y caras) desconocidas. Lo que vengo a decir no es que los famosos no puedan escribir y además hacerlo bien, alguno habrá, no digo yo que no, pero sí mantengo que al tener que superar muchos menos escollos editoriales, los Miguel Ángel Revilla, Jorge Javier Vázquez, Gran Wyoming, Risto Mejide y compañía están inundando el mercado de textos, en la mayoría de los casos, de dudosa calidad literaria que jamás habrían visto la luz si los hubiésemos presentado tú o yo.
Sin embargo, en un momento dado decidí dejar mis prejuicios a un lado y dar una oportunidad a la última novela de Maxim Huerta (Valencia, 1971) que venía precedida por el éxito de crítica y ventas de 'El susurro de la caracola', libro que no he leído y que ya no leeré, porque tras terminar con Una tienda en París (Ediciones Martínez Roca. 2012) he decidido no volver a ser infiel a mis principios nunca más.
Una tienda en París narra la historia de Teresa, quien tras encontrar en un anticuario un viejo cartel de madera escrito en francés, empieza a interesarse por la figura de Alice Humbert, cuyo nombre aparece en dicho cartel junto a una dirección en París. Completamente obsesionada por la historia que se esconde detrás de ese cartel, Teresa decide romper con su anodina vida y trasladarse a la capital francesa para investigar en la vida de Alice, lo que nos transportará al París bohemio y chic de los felices años 20.
Aunque en principio la época en la que transcurre la novela es lo suficientemente atractiva como para que la historia me resultara medianamente interesante, lo cierto es que no es para nada el tipo de libro que esperaba, su argumento no se sostiene y el estilo narrativo de Maxim Huerta no me ha gustado en absoluto.
Debo reconocer que, a pesar de los continuos saltos temporales, se trata de una novela fácil de leer, pero la inclusión de "elementos paranormales" (lo dejo ahí para no destriparle el libro a quien esté pensando en leerlo) lejos de añadirle atractivo al argumento me ha sacado por competo de la historia.
En definitiva, Una tienda en París no alcanza el aprobado por tratarse de un libro muy flojo, con una protagonista insulsa y cuyo único punto fuerte es el personaje de Alice, aunque ni siquiera el interés de la trama que transcurre en el pasado se mantiene constante con el pasar de las páginas.