miércoles, 23 de julio de 2014

Las tres bodas de Manolita




"(...) Quedaban sus palabras, adiós, que tengáis suerte, adiós, te quiero más que nunca,
adiós, me voy con la alegría de haberte conocido, 
adiós, habla a mis hijos de mí, de las ideas por las que voy a morir, 
adiós, busca a un buen hombre, cásate con él y sé feliz, pero no me olvides, 
adiós, mi amor, cuánto te he querido y qué poco tiempo hemos tenido para estar juntos, 
adiós, hijos mios, sed muy buenos y ayudad mucho a vuestra madre,
 adiós, cariño, adiós, vida mía, adiós, adiós, adiós. Y todas las despedidas eran parecidas, pero todas distintas, distintas las mujeres que no podían terminar de leer en voz alta el papel que temblaba entre sus manos, idéntico el hueco que cada nueva carta abría en mi cuerpo agujereado, incapaz de abrigar tantos adioses (...)

Las guerras lo destruyen todo, pero la guerra civil española tuvo además la cualidad de eliminar de un plumazo los años 1.937 y 1.938. El guión que separa 1.936 de 1.939 no solo unió para siempre esas dos fechas, sino que, como si de un agujero negro se tratara, se tragó los años que van de una a otra, como si nunca hubieran existido, como si la guerra no hubiera sido más que un simple paréntesis en las tragedias personales de los que se empeñaron en sobrevivir.

Pero resulta que al abril del 36 no le siguió el julio del 39 y que, durante ese lapsus temporal escondido detrás de las tres palabras que forman “la guerra civil”, e incluso de “la inmediata posguerra”, la vida siguió, como diría Sabina, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Por eso, proyectos como Episodios de una guerra interminable son vitales para conocer la realidad de aquella España, porque en sus novelas Almudena Grandes (Madrid, 1960) reconstruye la vida cotidiana de esos años con la minuciosidad de un arqueólogo que va desenterrando cada centímetro de tierra arrasada por el impacto de un meteorito devastador. 

Las tres bodas de Manolita (Tusquets. 2014) es una novela coral, protagonizada por las historias de una decena de personajes principales y un centenar de secundarios, que convergen en la figura de Manolita Perales, una chica normal que, por si no tuviera bastante con un padre encarcelado en Porlier, una madrastra presa en Ventas, y cuatro hermanos pequeños a su cargo en el Madrid herido y paupérrimo de 1940, ve como su vida se complica por culpa de los tejemanejes políticos de su hermano Antonio, quien le propone una boda ficticia con un preso político amigo suyo que es el único capaz de poner en funcionamiento las multicopistas necesarias para imprimir unos panfletos. 

Así, sin quererlo al principio, y conscientemente después, Manolita acaba formando parte del universo de personajes que pueblan la cárcel de Porlier a ambos lados de la alambrada. Conocemos así la resignación y hasta la alegría de los presos del penal, el estoicismo y la solidaridad de sus mujeres, y los abusos y la corrupción de sus funcionarios empezando por el máximo representante de Dios en ese infierno situado en el centro de Madrid.

Confieso que me costó entrar en la historia casi un centenar de páginas, porque después de tener el privilegio de poder hablar con la autora durante la pasada edición de la Feria del Libro de Madrid, no podía evitar que su voz rota se superpusiera a la de Manolita contándome su historia en primera persona. Pero una vez superadas las primeras 70 páginas caí rendida ante la profundidad de los personajes y la intensidad del relato que conforman las diferentes historias encerradas en Las tres bodas de Manolita.

El único pero que le encuentro a la novela es que el personaje de Manolita, como protagonista y por su condición de chica corriente, carece de la fuerza de esa Inés uniéndose al ejército liberador del Valle de Arán cargada de rosquillas a lomos de su caballo (Inés y la alegría. Tusquets. 2010).

Pero sólo por haber alumbrado un personaje como Eladia, cuya historia se me ha clavado tan dentro como si la hubieran escrito con un bisturí sobre mi cuerpo, merecen la pena las más de 700 páginas que conforman el libro (aunque en mi opinión, el interés de la novela decae tras poner fin a la historia de Carmelilla de Jerez).

Por todo ello, por su maravillosa recreación de la vida en el Madrid de posguerra, por su exhaustivo conocimiento del mundo de las cárceles franquistas (Porlier, Ventas, Yeserías), pero sobre todo porque no defrauda a todos los que, como yo, esperábamos ansiosos esta novela desde hace dos años, Las tres bodas de Manolita obtiene un notable alto.

jueves, 3 de julio de 2014

La cáscara amarga


Que no nos envíe Dios todo lo que somos capaces de aguantar

Cuatro días escasos me ha durado La cáscara amarga (Planeta. 2013), un libro que llegó a mis manos por casualidad y del que no tenía referencia alguna, pero cuya portada me atrapó. La mirada de la niña ejercía una suerte de poder hipnótico tan fuerte sobre mí que ni siquiera fui capaz de darle la vuelta al libro para leer la información de la contraportada. Así que, sin la más remota idea de lo que me iba a encontrar dentro, me decidí a conocer la historia que se escondía detrás de aquellos inmensos ojos tristes.

La sexta novela de Jesús Ruiz Mantilla (Santander, 1965), y la primera de esta autor que yo leo, es el relato crudo, áspero y amargo (como su título) de la infancia de Emilia. Una infancia en la que, con una madre presa y un padre ausente, ella y sus hermanos se ven abocados a la miseria, a la soledad y, en algunos casos, a la muerte.

Prometo que hasta que empecé a leer, desconocía que la historia se situaba en las inmediaciones de la Guerra Civil, pero os aseguro que no se trata de otra novela más sobre la contienda española. Más bien al contrario, La cáscara amarga no es más (ni menos) que el desfile de los fantasmas de su pasado frente a una Emilia ya anciana, en la misma frontera entre la vida y la muerte.

Cada capítulo está dedicado a un personaje relacionado con la niñez de Emilia. Así, van apareciendo su madre, la Chila; su padre, Juan; sus hermanos, Mariuca, Lucrecia, Carmina, Leoncio y Casimiro; su abuela Simona; sus tías, Paquita y la Romana, y hasta Don Luis, párroco de Santoña.

Reconozco que durante las 20 primeras páginas me costó entrar en la narración porque el estilo de este escritor cántabro no es nada convencional. Sin embargo, en el tercer capítulo ya estaba completamente cautivada por esta historia de superación, porque eso es lo que es La cáscara amarga, la historia de una lucha contra los elementos por parte de una auténtica superviviente. Y cuando digo auténtica quiero decir real, porque Emilia Fuentes es un personaje real, dueña de una empresa conservera en Santoña, cuya relato conoció Ruiz Mantilla, quien fuerte impresionado por la misma decidió novelarla. Es más, el autor confiesa que se ha visto obligado a "maquillar" algunos aspectos de esas vivencias en su novela porque la verdadera historia es, en sus propias palabras, absolutamente insoportable.

Por todo ello, por su originalidad, por su dureza, por su magnífica prosa y por la verdad que esconden unos personajes increíblemente humanos, no  tengo más remedio que calificar a este libro con un notable alto.