martes, 30 de diciembre de 2014

Los pasos que nos separan

Casi todos nuestros pecados nos acompañan 
desde mucho antes de que los cometamos.

A estas alturas de la película ya os habreis dado sobrada cuenta de que tiendo a reincidir con aquellos autores cuyas obras anteriores me hayan gustado. Puede que entonces, si sois asiduos al blog, os pregunteis al ver la portada del libro de hoy cómo he podido dar una segunda oportunidad a Marian Izaguirre (Bilbao, 1951) después tras calificar su anterior novela con un simple aprobado. Sin embargo si recuperais la reseña que publiqué en su momento sobre La vida cuando era nuestra vereis que en ningún momento dije que no me gustara, sino que me esperaba otro tipo de novela, más profunda quizá, pero que había disfrutado mucho con el estilo literario de esta escritora. Por eso cuando me enteré de la publicación de su nueva novela no me hizo falta darle muchas vueltas para decidirme por su lectura.

Los pasos que nos separan (Lumen. 2014) comienza en la ciudad italiana de Trieste en 1920. Son tiempos convulsos para los triestinos ya que los fascistas pretenden italianizar la ciudad a la fuerza y expulsar a los numerosos ciudadanos eslavos que la habitan. En medio de esa gran conflictividad social Salvador y Edita se conocen. Él es un muchacho de 20 años que ha dejado su Barcelona natal para convertirse en escultor. Ella es una hermosa eslovena cinco años mayor que él, casada y que acaba de ser madre. Pero esto no será un obstáculo para que los jóvenes se enamoren. Medio siglo más tarde, en Barcelona, un Salvador ya anciano quiere recorrer los lugares de su juventud para redimirse de sus pecados, pero dada su avanzada edad necesita que alguien le acompañe en su particular peregrinación, por lo que pone un anuncio en un periódico. A la oferta de trabajo responde Marina, una estudiante de arte que lleva sobre sus hombros una pesada carga.

Nuevamente la escritora vasca hace gala de su prosa exquisita para narrarnos una historia estructurada en dos hilos temporales. Su dominio del lenguaje es tal que leyendo sus páginas puedes notar la fuerza de la bora, el viento típico de Trieste, e incluso sentir el olor a barnices, pigmentos y aceites del estudio del escultor Spalic.

Pero dicho esto empiezan los "peros": el principal, que no acabo de ver la necesidad de la trama que ocurre a finales de los 70. O mejor dicho: Quizá ese hilo temporal sea pertinente a modo de expiación de Salvador como he dicho más arriba, pero lo que es totalmente prescindible es el personaje de Marina. Y si goza de algún protagonismo es porque el desenlace de la novela adolece de un tufillo moralista que no me ha gustado nada, la verdad, pero no me explayaré para no condicionar a los que esteis pensando en leerla y sobre todo para no destripárosla.

Otros "peros" secundarios serían que debido a los nombres italianos en ocasiones me ha costado seguir ciertos pasajes de la historia y que pensaba que el cuadro de Antonello da Messina tendría más protagonismo en la trama más próxima en el tiempo. Esperaba que, después de aparecer tanto en la parte más antigua del relato, el cuadro encerrara algún tipo de misterio que se resolviera al final.

Creo que lo que me pasa con las novelas de Marian Izaguirre es que voy pasando las páginas esperando un golpe maestro que nunca se produce. Eso y que sus finales me dejan fría. Me falta contundencia, rotundidad. Y eso que al girar en torno al sentimiento de culpa Los pasos que nos separan me ha parecido más honda que su predecesora. Pero termino la última linea y me invade la sensación de "¿eso es todo?".

En definitiva, un aprobado para esta novela que te encantará si ya te gustó La vida cuando era nuestra, pero que nuevamente no ha cumplido mis expectativas.