miércoles, 27 de agosto de 2014

El hombre que arreglaba las bicicletas



¿Se puede hibernar del amor?
¿Se puede bajar el ritmo cardíaco, ralentizar el metabolismo, 
la respiración y la temperatura corporal y ser insensible al amor 
que nos espera allí afuera de nuestro refugio?

El 2014 estaba resultando un gran año para mí, literariamente hablando. Estaba yo tan contenta de estar eligiendo tan bien mis lecturas este año que solo me faltaba darme palmaditas a mí misma en la espalda. Hasta que cayó en mis manos El hombre que arreglaba las bicicletas (Suma de letras. 2014) y vi que se trataba de una novela que había dado el salto al papel tras su gran éxito en Amazon, situándose entre las 100 novelas más vendidas en su primer día de lanzamiento y en el Top 10 en su primera semana. Así que, guiada por mi buena estrella literaria, decidí darle una oportunidad convencida, vaya usted a saber por qué, de que me encontraba ante un libro de misterio.

La primera novela de Ángel Gil-Cheza (Villareal. 1974) arranca con la muerte de Artur Font, cuyo testamento, para sorpresa de su viuda y su hija, no puede ser leído hasta que su abogado no cumpla con la última voluntad del fallecido, que no es otra que localizar a Enda Berger, a quien le corresponde una parte de las propiedades del finado.

¿Quién demonios es Enda Berger? ¿Es hombre o mujer? ¿Es joven o mayor? ¿Qué relación tenía con Artur Font? El comienzo de la historia me resultó desconcertante, prometedor y tremendamente atractivo. Sin embargo, toda la intriga, el interés y el atractivo del argumento se vinieron abajo antes de llegar a la página 50.

A pesar de tratarse de una novelita que podría leerse perfectamente casi de una sentada (dos días como mucho), a mí me costó casi una semana acabar con sus doscientas y pico páginas: Aunque escrita con un ritmo bastante agil, el autor no ha sabido mantener el interés creado en las primeras páginas, la historia no aporta nada y es imposible conectar con los personajes porque están trazados de una manera tan superficial que no llegan al lector

No quiero profundizar más en la trama por si a pesar de todo alguien tiene pensado leerselo, pero la verdad es que me he sentido un poco "estafada" con este libro y con esa moda que parece dominar el panorama editorial en la actualidad y según la cual un final más o menos sorprendente puede justificar cualquier historia. No señores. Un buen libro es aquel que tiene un planteamiento atractivo, un nudo bien desarrollado y un desenlace contundente. El inesperado giro final, por sí mismo, no es más que un buen postre dentro de un menú escaso y mal ejecutado. Y en mi opinión, en el caso de la novela que nos ocupa, ese final ni siquiera tiene la fuerza suficiente para sostener los cerca de cuarenta capítulos de los que se compone el libro.

Por todo ello, y a pesar de que el comienzo es uno de los mejores comienzos que he leído en mucho tiempo, de esos que te desconciertan y aumentan tus ganas de seguir leyendo para descubrir a dónde quiere llevarte el autor, no tengo más remedio que suspender a El hombre que arreglaba las bicicletas.

jueves, 7 de agosto de 2014

El Paciente


 No soy un santo, ni un mártir, ni un terrorista, ni un loco, ni un asesino.
Los nombres por los que creen conocerme están equivocados.
Soy un padre. Y esto es lo que sucedió

Ya he comentado en otras ocasiones que mis gustos literarios no suelen coincidir con los de Mr. Increíble y que, aunque algún libro ha habido que nos ha gustado mucho a los dos, no suelo tener en cuenta su biblioteca cuando mi balda de libros pendientes de lectura se vacía.

Sin embargo, a mi chico le une una relación de cierta cercanía con Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977), a la sazón uno de sus escritores favoritos, lo que me permitió conocerle durante la pasada edición de la Feria del Libro de Madrid.

El caso es que, después del breve pero ameno paseo que compartimos entre las casetas del Parque del Retiro, arropados por el anonimato que proporciona el hecho de que las imágenes del escritor que aparecen en Google, e incluso en las contraportadas de sus libros, se parezcan más a las del apocado profesor interino de Historia del instituto en el que estudié que al tipo atractivo que en realidad es, no me quedó más remedio que ir derechita a por su última novela en cuanto llegué a casa.  

El Paciente (Planeta. 2014) narra la encrucijada en la que se ve inmerso el Doctor David Evans cuando su hija Julia es secuestrada por el señor White, un siniestro personaje que le pone una única pero terrible condición si quiere volver a ver a su hija con vida: Que el Presidente de los Estados Unidos, al que va a intervenir quirúrgicamente en pocos días de un tumor cerebral, no salga vivo de la mesa de operaciones.

Comienza así el relato en primera persona y en pasado, con el prestigioso neurocirujano ya encerrado en el corredor de la muerte, de las 63 horas más angustiosas en la vida del Dr. Evans que debe decidir si someterse a los dictados del señor White con tal de salvar a la pequeña Julia o si se mantiene fiel a su sistema de valores y al juramento hipocrático a pesar de las fatales consecuencias que de ello puedan derivarse.

Destaca el uso magistral del lenguaje por parte del autor para llevarnos exactamente al punto en el que él quiere que estemos haciéndonos entender cosas que en realidad él no ha dicho (algo así como un trampantojo literario. Pero no profundizaré más en este aspecto para no fastidiarle a nadie la lectura) y el exhaustivo conocimiento por su parte de todos los temas que se tocan en la novela: medicina (o más concretamente, neurocirugía. Ahí es nada), armamento, o el mero paisaje de Whasington, ciudad en la que transcurre la historia y que el escritor parece haber pateado a conciencia.

Pero por encima de todos los elementos narrativos y del ritmo vertiginoso de la novela, más propio del guión de una película americana de suspense, que te hace contener la respiración durante las casi 500 páginas que conforman El Paciente y sentir en primera persona la angustia de ese padre de cuya actuación depende que su hija se salve o no, sobresale el personaje del señor White: Gómez-Jurado ha creado uno de los antagonistas con más magnetismo que yo haya leído en mucho tiempo.

Sin embargo, y aunque he disfrutado mucho de su lectura, hay algo que no me ha acabado de cuadrar y lo peor es que no estoy muy segura de qué es: No sé si se debe al hecho de que un escritor español haya optado por ambientar su novela en Washington lo que no me ha permitido entrar en la historia al 100% (aunque entiendo perfectamente el razonamiento que ha llevado al autor a situar el argumento fuera de nuestras fronteras), o que a pesar de sentir la desesperación de ese padre página tras página creo que no he acabado de empatizar con el Doctor Evans, quien a pesar de ser el protagonista me temo que me ha resultado un personaje un poco plano, o quizá se deba a la poca química existente entre David y Kate.

A pesar de ese pequeño "pero" que como veis no tengo muy bien identificado, pero sobre todo por tratarse de una novela de esas que no puedes parar de leer, puntúo a El Paciente con un notable alto.