¿Se puede hibernar del amor?
¿Se puede bajar el ritmo cardíaco, ralentizar el metabolismo,
la respiración y la temperatura corporal y ser insensible al amor
que nos espera allí afuera de nuestro refugio?
El 2014 estaba resultando un gran año para mí, literariamente hablando. Estaba yo tan contenta de estar eligiendo tan bien mis lecturas este año que solo me faltaba darme palmaditas a mí misma en la espalda. Hasta que cayó en mis manos El hombre que arreglaba las bicicletas (Suma de letras. 2014) y vi que se trataba de una novela que había dado el salto al papel tras su gran éxito en Amazon, situándose entre las 100 novelas más vendidas en su primer día de lanzamiento y en el Top 10 en su primera semana. Así que, guiada por mi buena estrella literaria, decidí darle una oportunidad convencida, vaya usted a saber por qué, de que me encontraba ante un libro de misterio.
La primera novela de Ángel Gil-Cheza (Villareal. 1974) arranca con la muerte de Artur Font, cuyo testamento, para sorpresa de su viuda y su hija, no puede ser leído hasta que su abogado no cumpla con la última voluntad del fallecido, que no es otra que localizar a Enda Berger, a quien le corresponde una parte de las propiedades del finado.
¿Quién demonios es Enda Berger? ¿Es hombre o mujer? ¿Es joven o mayor? ¿Qué relación tenía con Artur Font? El comienzo de la historia me resultó desconcertante, prometedor y tremendamente atractivo. Sin embargo, toda la intriga, el interés y el atractivo del argumento se vinieron abajo antes de llegar a la página 50.
A pesar de tratarse de una novelita que podría leerse perfectamente casi de una sentada (dos días como mucho), a mí me costó casi una semana acabar con sus doscientas y pico páginas: Aunque escrita con un ritmo bastante agil, el autor no ha sabido mantener el interés creado en las primeras páginas, la historia no aporta nada y es imposible conectar con los personajes porque están trazados de una manera tan superficial que no llegan al lector.
No quiero profundizar más en la trama por si a pesar de todo alguien tiene pensado leerselo, pero la verdad es que me he sentido un poco "estafada" con este libro y con esa moda que parece dominar el panorama editorial en la actualidad y según la cual un final más o menos sorprendente puede justificar cualquier historia. No señores. Un buen libro es aquel que tiene un planteamiento atractivo, un nudo bien desarrollado y un desenlace contundente. El inesperado giro final, por sí mismo, no es más que un buen postre dentro de un menú escaso y mal ejecutado. Y en mi opinión, en el caso de la novela que nos ocupa, ese final ni siquiera tiene la fuerza suficiente para sostener los cerca de cuarenta capítulos de los que se compone el libro.
Por todo ello, y a pesar de que el comienzo es uno de los mejores comienzos que he leído en mucho tiempo, de esos que te desconciertan y aumentan tus ganas de seguir leyendo para descubrir a dónde quiere llevarte el autor, no tengo más remedio que suspender a El hombre que arreglaba las bicicletas.
A pesar de tratarse de una novelita que podría leerse perfectamente casi de una sentada (dos días como mucho), a mí me costó casi una semana acabar con sus doscientas y pico páginas: Aunque escrita con un ritmo bastante agil, el autor no ha sabido mantener el interés creado en las primeras páginas, la historia no aporta nada y es imposible conectar con los personajes porque están trazados de una manera tan superficial que no llegan al lector.
No quiero profundizar más en la trama por si a pesar de todo alguien tiene pensado leerselo, pero la verdad es que me he sentido un poco "estafada" con este libro y con esa moda que parece dominar el panorama editorial en la actualidad y según la cual un final más o menos sorprendente puede justificar cualquier historia. No señores. Un buen libro es aquel que tiene un planteamiento atractivo, un nudo bien desarrollado y un desenlace contundente. El inesperado giro final, por sí mismo, no es más que un buen postre dentro de un menú escaso y mal ejecutado. Y en mi opinión, en el caso de la novela que nos ocupa, ese final ni siquiera tiene la fuerza suficiente para sostener los cerca de cuarenta capítulos de los que se compone el libro.
Por todo ello, y a pesar de que el comienzo es uno de los mejores comienzos que he leído en mucho tiempo, de esos que te desconciertan y aumentan tus ganas de seguir leyendo para descubrir a dónde quiere llevarte el autor, no tengo más remedio que suspender a El hombre que arreglaba las bicicletas.